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ALOCUCIÓN DEL PAPA PABLO VI
A LA UNIÓN INTERNACIONAL DE JÓVENES DEMÓCRATAS CRISTIANOS


Viernes 31 de enero de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

Recibimos gustoso vuestra visita, porque a nuestros ojos, no solamente realizáis en vuestras personas los tres términos que os definen: juventud, democracia y cristianismo, sino también porque estamos convencidos de que os proponéis poner en práctica este triple ideal en el programa de vuestras actividades y en el espíritu que anima vuestra Unión Internacional.

¿Qué puede haber, en cierto sentido, más interesante, más prestigioso, que un movimiento espiritual, histórico, social y político como el que vosotros vivís? Quien dice juventud dice vigor, sinceridad, alegría, conquista del futuro; y, por otra parte, estamos persuadidos que dais al término democracia su significado más auténtico y mejor, reconocimiento de la dignidad de la persona humana, de la igualdad de todos los hombres y de su colaboración constante y fraterna con miras al bien de todos, en especial de los menos favorecidos.

Esta significación encuentra su acoplamiento —e incluso su fundamento— en el tercer nombre con que os designáis: cristianos. Esta palabra no introduce en vuestro titulo un elemento puramente confesional o decorativo, ni un conjunto de normas restrictivas o estáticas, sino que lleva consigo una concepción superior de la vida y una capacidad secreta de ponerla en práctica. De esta forma estáis autorizados a concebir los ideales de vuestra vida, la civilización, la historia, el pensamiento, la acción, según unas dimensiones que podrían parecer utópicas, y que, sin embargo, no lo son, por razón del socorro interior de la religión cristiana bien conocido por aquellos que han experimentado su eficacia vital y misteriosa.

Representáis, pues, y promovéis una síntesis de estos ideales y de estas fuerzas. Es en extremo hermoso e importante y quisiéramos, en verdad, que fueseis capaces de comprenderla y de vivirla. Vuestra bandera es digna de una generación nueva, que ha surgido de las trágicas experiencias de las últimas guerras y que quiere dar al mundo una nueva esperanza para los espíritus, una concepción nueva de la sociedad; es un magnífico programa, una promesa digna de confianza y entusiasmo.

La línea de vuestras actividades, a decir verdad, se sitúa fuera del campo específico de nuestra competencia religiosa, pues se orienta hacia el campo de la política, que no es el nuestro ni lo puede ser. Pero bien sabéis que aún a este campo, como a todas las demás manifestaciones de la actividad humana considerada bajo su aspecto moral —ratione peccati, como decían los antiguos—, se extiende el juicio del magisterio eclesiástico. Por esta razón estamos autorizados a decir unas palabras de enseñanza y aliento para todo lo que hay de bueno en los métodos y metas de vuestro trabajo, en relación con su valor humano superior, que es precisamente su valor moral.

Lo hacemos gustoso, pues también se dan otras razones que nos invitan a ello. La primera es que vuestra acción quiere tener una proyección internacional, es decir, que tiende hacia horizontes cada vez más vastos, que superan las fronteras, estando así más de acuerdo con el espíritu fraternal que anima vuestras aspiraciones; la tendencia a la universalidad es una tendencia laudable, que podemos calificar de “católica”: la caridad es su mejor colaboradora.

La segunda razón es que hoy os abrís con todos vuestros pensamientos y vuestros esfuerzos juveniles al ideal de una Europa integrada y unida. Gran ideal muy digno de vosotros. Es digno de comprometer vuestros corazones y despertar vuestro entusiasmo. Representa la conclusión feliz de una historia desgraciada; las naciones europeas no deben ya tener pretexto para ir unas contra otras. Para eliminar el peligro, la tentación, de un eventual conflicto —que podría ser trágico y fatal—, es preciso hacer, quisiéramos decir rehacer, una sola familia de pueblos hermanos, los cuales, diríamos, no serían partes de Europa, sino que constituirían Europa.

Y no es únicamente esta finalidad preservativa por lo que parece madura la integración europea, sino que hay otros muchos fines positivos que la vida internacional se encarga de evidenciar y nos hace entrever.

Si os hablamos así es porque la Iglesia católica, como sabéis, desea que el proceso de integración europea continúe sin retrasos inútiles; responde a una concepción sabia y moderna de la historia contemporánea; responde a los objetivos de unión y de paz, que Nos mismo nos hemos fijado; pone en práctica las virtudes del aliento, desinterés, de la confianza que deben ser el sustrato de la educación cívica de un mundo que progresa a la luz de la vocación cristiana, la más alta y la más noble de las vocaciones humanas.

Creemos que Dios bendecirá a los que comprometan su nombre y sus esfuerzos en esta esperanza, temporal, ciertamente, pero rica en valores espirituales. Y vosotros jóvenes, perseverando y desarrollando vuestra actividad con entusiasmo renovado, merecéis la bendición divina, de la cual quiere ser prenda la nuestra.



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