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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS ASPIRANTES DE LA JUVENTUD DE ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

Sala Clementina
Sábado 21 de marzo de 1964

 

Queridos y venerados asesores eclesiásticos,
queridos y valerosos dirigentes
y queridos y bravos representantes de los aspirantes de la Juventud de Acción Católica Italiana:

Recibimos encantado vuestra visita, que suma al placer habitual de encontrarnos con nuestra juventud, el gozo de celebrar con vosotros la conmemoración que no puede pasar en silencio, del cuarenta aniversario de la fundación del Movimiento de los Aspirantes de la Juventud de Acción Católica.

Sabemos muy bien que vosotros, guiados también por el genio característico de los años primaverales, os proponéis celebrar el aniversario mirando hacia adelante, al futuro, a las cosas nuevas que hay que pensar y hacer; y está bien. Pero no menospreciéis el recuerdo, muy oportuno por lo demás, del camino recorrido. No retrasa vuestra carrera, sino que la dirige; el que olvida el punto de partida pierde fácilmente la meta. Puede suceder que hoy se dé esto, correr hacia adelante, sin una meta precisa; pero esto no está conforme con la concepción cristiana de la vida, y con el culto que nosotros los católicos tenemos de la tradición; por lo demás, también los modernos se atienen al llamado sentido histórico, y nosotros con ellos y más que ellos.

El que nuestros aspirantes sepan ser herederos de una historia hermosa les puede ser benéfico e instructivo; este recuerdo no es un peso que hay que llevar, sino un grato deber a realizar, un empeño que honrar; una alegría que vivir, un gozo que manifestar. De corazón hacemos nuestra vuestra alegría por tan larga, tan diversa, tan fecunda, tan providencial, tan bendita laboriosidad; alabamos a quienes, de ayer y de hoy, lo merecen; y agradecemos al Señor la asistencia que os ha prodigado, la perseverancia con que os ha favorecido y los propósitos que os ha inspirado y con que ha sostenido vuestras filas en el largo camino, siempre con idea de avanzar, de crecer y de renovarse.

No podemos, cargados como estamos por tantas audiencias y por tantas ocupaciones, comentar el acontecimiento como se merece, pues son muchos los pensamientos que despierta en nuestro espíritu. Nos limitamos a un breve comentario.

Debemos, en primer lugar, destacar el hecho mismo de la existencia de la Sección de Aspirantes; indica, no solamente una extensión cuantitativa del gran ejército de la Juventud Católica, y tampoco quiere ser solamente un desarrollo organizativo; indica una intención educativa, que poco a poco se ha formado en la conciencia del organismo total de la Juventud Católica misma, como la madurez de una función, como la llamada a una misión, a la que la afluencia misma de tantos jóvenes la obligaba, y la confianza de las familias y de la Iglesia le delegaba. Instituida la categoría de Aspirantes, los Dirigentes de la Juventud Católica comprendieron que no bastaba reclutar jóvenes; era preciso salir al encuentro de los adolescentes, a los que no se podía proponer programas de acción, era preciso formarlos. La Acción Católica se convirtió en formación católica; se hizo escuela, pedagogía. Era preciso distinguir a los jóvenes según su edad, y adaptar los métodos organizativos y formativos a la índole propia de los muchachos, y anticiparles la asistencia y el amor de la organización católica juvenil. Era preciso pasar, de la fase empírica de una actividad pobre en criterios exactos y en métodos oportunos, entrar en la fase de programas bien concebidos y graduados.

Y esta es vuestra fase que se distingue por la preocupación y prudencia con que estáis buscando y descubriendo el arte soberano de educar, de lograr del niño el muchacho perfecto, del muchacho el adolescente perfecto, del adolescente el joven perfecto, del joven el hombre perfecto; tendiendo siempre a la perfección en el desarrollo pleno, normal, vigoroso, alegre y consciente de las dotes naturales del individuo en la simbiosis de los principios sobrenaturales, es decir, en la delicada y estupenda fusión de las ayudas y de las exigencias que nuestra religión, exactamente concebida y sabiamente practicada, infunde en la vida humana. Vuestra fórmula educativa debe ser completa, debe ser armónica. Pero el hecho ahí está, vuestro Movimiento queda inscrito en el campo maravilloso y sagrado de la educación.

Hemos visto con satisfacción que tenéis de esto una clara conciencia; y esto, al paso que nos pone en los labios y en el corazón aprobaciones y elogios, nos estimula a discurrir un instante con vosotros, sobre algunas sugerencias, que creemos acordes con vuestros criterios de trabajo y beneficiosas para vuestro crecimiento.

Magnífico es vuestro propósito de conocer las condiciones reales, o como vosotros decís, la evolución del ambiente, en que se encuentra hoy el niño. No nos cansaremos de encomendaros esta atención, tanto de las circunstancias concretas en que el adolescente se encuentra, como de las peculiares reacciones que se dan en su espíritu. Esta atención, este análisis —aunque a veces llegue a sutilezas discutibles y a estadísticas agobiadoras y no siempre útiles— es providencial, es sabio; es signo de inteligencia y de amor. El ambiente, pues, es un coeficiente importantísimo de la vida moral, sentimental y espiritual. Pero su conocimiento es un presupuesto de la educación; es un diagnóstico, no una medicación. Y estará bien que lo recordéis vosotros, que precisamente queréis no sólo conocer la adolescencia, sino educarla y formarla. Si el educador cifrase su trabajo solamente en un paciente, meticuloso, y si queréis científico examen del ambiente, en que el niño desarrolla hoy su vida, logra su experiencia y plasma su personalidad; no haría una obra completa; habría el peligro de que el educador, como encantado por la fenomenología del ambiente, lo aceptase a la postre como es; lo describiese como es, de acuerdo con reglas magníficas, pero no hiciese nada, o poco, por modificar el ambiente y los fenómenos que de él se siguen; y terminase por aceptarlos, o quizá por defenderlos como expresiones de nuestro tiempo. Pensamos, por ejemplo, en el ambiente con que los espectáculos circundan hoy al niño; no basta describirlo. El educador no es un observador pasivo de los fenómenos de la vida juvenil; debe ser un amigo, un maestro, un entrenador, un médico, un padre, al que no sólo le interesa notar el comportamiento de su pupilo en determinadas circunstancias, sino preservarlo de ofensas inútiles y entrenarlo en comprender, en querer, en gozar, en sublimar su experiencia. Es lo que vosotros tratáis de hacer juntamente con los que aprecian la salud y la belleza de nuestros adolescentes.

Y también, porque el ambiente de suyo no hace a los hombres, sino a los gregarios; y no hay como la edad juvenil, tan rebelde a los preceptos del pasado, del pasado más cercano especialmente, para ser aquiescente con la moda, para temer distinguirse de los demás, para ser víctima de la imitación. Obráis muy bien, despertad en el alma joven la capacidad de juzgar, de liberarse, de afirmarse, de ser persona y no un número de la masa.

Y este recurso a las energías morales del muchacho, recurso característico e indispensable de la disciplina cristiana, os defiende también de otro peligro, anteponer la acción al pensamiento y hacer de la experiencia la fuente de la verdad. Que en el desarrollo de una diestra pedagogía juvenil —es decir, el hecho, la acción práctica, la expresión viva, la emoción, la consonancia comunitaria, etc. —, sea anticipada por el maestro o simultánea con su enseñanza doctrinal, no tiene nada que objetar, sino que es muy de alabar; pero con tal que esta enseñanza doctrinal vaya por delante en la intención del educador y sea como la meta de su enseñanza educadora. La acción no puede ser luz de sí misma. Si no se quiere obligar al hombre a que piense como actúa, es preciso educarlo para que actúe como piense. Tampoco, en el mundo cristiano, donde el amor y la caridad tienen una importancia suprema, decisiva, se puede prescindir de la luz de la verdad, que ofrece al amor sus objetivos y sus motivos.

Este aspecto teórico de la pedagogía cristiana puede tener su importancia en la definición de vuestro Movimiento ¿Es organizativo? ¿Es educativo? ¿Es apostólico? ¿Cómo puede ser al mismo tiempo una y otra cosa? Pero también aquí, la escuela en la que queréis ser maestros, Nos referimos a la Juventud de Acción Católica, os ofrece una magnífica respuesta, para plantearos luego nuevos problemas y estimularos a nuevas conquistas.

Miramos a este trabajo, a esta labor con inmenso interés. Decídselo a vuestros consiliarios, a vuestros dirigentes, a vuestros amigos. Y a éstos especialmente, a los carísimos aspirantes de nuestra Juventud de Acción Católica, a todo su glorioso Movimiento llevadle nuestro saludo y comunicadles nuestra bendición apostólica que ahora os damos con todo el corazón.



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