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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL CONSEJO  LA UNIÓN MUNDIAL DE EDUCADORES CATÓLICOS


Martes 24 de marzo de 1964

 

Estimados miembros del Consejo de la Unión Mundial de Educadores Católicos:

Al final de vuestra reunión romana en la “Domus Mariae” habéis querido venir a visitarnos y a solicitar nuestros alientos y nuestra bendición. Este gesto filial nos emociona, sobre todo teniendo en cuenta que vuestra Unión no nos es desconocida. Seguimos desde hace muchos años los trabajos que realizáis en tantos países, por la causa sagrada, y tan apreciada por la Iglesia, de la enseñanza católica. Conocemos vuestro interés como profesores, de no ceder en nada a los más estudiosos y a los más competentes maestros. Pero esta enseñanza, la administráis a la luz de Aquel que es el único Maestro, Cristo. Y vuestra fe anima y sostiene vuestras almas en el ejercicio de vuestra magnífica y con frecuencia tan difícil tarea. Sabéis unir la fe y la razón, coronar el edificio de los conocimientos naturales con la apertura a los sublimes horizontes del universo sobrenatural. Este es vuestro mérito, y también, lo sabemos, vuestro orgullo y vuestra alegría. Os felicitamos y os bendecimos.

La formación cristiana, de la generación actual, en éste mundo en plena transformación, está en el primer plano de las preocupaciones de la Iglesia. Esta tarea irremplazable está confiada en vuestras manos de maestros católicos. Con el corazón a la vez angustiado y lleno de esperanza, la Iglesia os confía este tesoro, estas almas infantiles, que serán los hombres del mañana.

Vuestra acción, por la vasta extensión de la organización internacional católica, os permite, gracias a Dios, coordinar vuestros esfuerzos en un rendimiento mejor. Nos complacemos por ello y os alentamos a continuar. Vuestros cinco grandes congresos son ya la prueba de la vitalidad de vuestra Unión y de la creciente amplitud de su eficacia.

Os lo encarecemos, no os dejéis abatir por la creciente amplitud del trabajo, que con frecuencia os puede parecer inconmensurable con relación a vuestras fuerzas y a vuestras posibilidades. Que crezca vuestra alegría interior con la seguridad de cumplir una tarea que Dios bendice, que la Iglesia os agradece y que os reconocerán mañana todos aquellos a quienes prodigáis hoy día tan generosamente vuestros esfuerzos y vuestros talentos.

Invocamos sobre vuestro Consejo y sobre vuestra Unión la abundancia de las gracias divinas y de corazón os concedemos a vosotros y a todos los que aquí representáis, en prueba de nuestro aliento y de nuestra benevolencia, una paternal bendición apostólica.

 


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