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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL MOVIMIENTO DEL RENACIMIENTO CRISTIANO

Sábado 2 de mayo de 1964

 

Saludamos de corazón al Movimiento del Renacimiento Cristiano; saludamos a su benemérita promotora y diligente presidenta, la duquesa Inmaculada Salviati; saludamos al señor Carlos Bartoleschi, responsable nacional de la rama masculina; saludamos al reverendo padre Dauchy, S. J., inspirador y asistente eclesiástico del Movimiento, y con él a los demás consiliarios y dirigentes, tanto de la rama masculina como de la femenina, y a todas las personas generosas que prestan adhesión y sostén a este nuevo organismo de formación cristiana y apostolado católico. Tuvimos la fortuna de asistir a sus comienzos en Italia, en el tiempo de nuestro servicio en la Secretaría de Estado de Su Santidad Pío XII, de venerable memoria, que tuvo para este Movimiento sentimientos de particular predilección y gestos de paternal protección. Conocemos, por tanto, la bondad y el mérito de las personas que han iniciado y luego sostenido y desarrollado el Movimiento; conocemos la sabiduría de sus programas y de sus métodos; conocemos también el incremento que ha venido alcanzando y la riqueza de los resultados logrados; conocemos, finalmente, los generosos propósitos que lo animan y que están maravillosamente sintetizados y expresados en el título, verdaderamente elevado y comprometedor, con que se define: «Renacimiento Cristiano».

En los breves minutos de la audiencia no podemos hacer otra cosa que manifestar nuestra complacencia por lo que ha llegado a ser el Movimiento, por lo que ha hecho y por lo que ha difundido y despertado: verdaderamente lo podemos considerar entre las manifestaciones de la inagotable y siempre joven vitalidad del cristianismo que se difunde en la Iglesia católica, las cuales hacen esperar todavía mucho de nuestro tiempo y demuestran la capacidad cristiana de expresarse y manifestarse que todavía tiene nuestra sociedad moderna. Nos tenemos que congratular, por tanto, con cuantos tienen parte en los resultados obtenidos por el Movimiento, y hemos de manifestarle, sin más, como lo hacemos, nuestro aliento en favor de sus nuevos, amplios y victoriosos progresos.

Pero antes de confirmar vuestra actividad con nuestra bendición, queremos duros una prueba del particular interés con que os contemplamos y sostenemos, haciendo algunos comentarios, que expresan al mismo tiempo los aspectos laudables de vuestra actividad y pretenden darle el impulso que sabemos es el centro de vuestros deseos.

El primer comentario se refiere al ambiente social en que florece vuestro Movimiento. Quiere ser el del Movimiento Internacional del Apostolado «de los medios sociales independientes», conocido ya como el de las clases sociales de buena cultura y autonomía económica. Se sitúa en los estratos sociales, distinguidos por tradición, en los cuales no siempre las Asociaciones de Acción Católica, o de la actividad social, o de la piedad religiosa, o de la cultura organizada, consiguen reclutar grandes contingentes y, sobre todo, desarrollar las formas de educación espiritual y apostolado que corresponden a la índole, capacidad y exigencias de este ambiente. El «Renacimiento Cristiano» demuestra, por tanto, dos tesis muy importantes: la primera, que el cristianismo —hablamos del que se vive con absoluta fidelidad, plenitud vigorosa y generosa milicia— puede encontrar terreno adaptado y fecundo en todos los ambientes, dado que es universal por su destino providencial e inmensamente capaz de penetrar todas las expresiones humanas, estimulándolas, purificándolas, disponiéndolas para la encarnación y el testimonio del Evangelio; la segunda, que el ambiente en que el Renacimiento Cristiano extiende sus raíces es magníficamente fecundo: almas puras, ardientes, nobles, religiosas, exquisitamente sensibles a la voz de Cristo y a la invitación de la Iglesia, son todavía el tesoro, el honor y las reservas de vuestro ambiente; almas quizá ignorantes de las energías espirituales que encierran dentro de sí; almas quizá sorprendidas, pero prontas a la improvisada llamada que el Renacimiento les ha dirigido; almas felices de despertarse, de actuar, de entregarse a la gran causa del reino de Dios; almas que responden; se encuentran entre vosotros. Hermoso fenómeno que debemos presentar a una efusión superior de la gracia para que lo vivifique con belleza y poder, lo libere de muchos obstáculos característicos que el mismo ambiente le opone y In haga eficaz para la regeneración moral, social y religiosa que es su programa,

Queremos hacer otro comentario, y también para vuestro encomio y aliento: es la seriedad de vuestro trabajo. Son tales y tantas las tentativas con que la sociedad moderna estimula a la acción a sus miembros, que no es extraño que muchos de ellos permanezcan dudosos y no realicen acciones concretas y duraderas. Muchas iniciativas son esporádicas, se quedan en adhesiones formales, tienen manifestaciones ocasionales, nacen y desaparecen al abrigo de un interés momentáneo, son superficiales y no comprometen el alma y no transforman la vida. No es así el «Renacimiento». Debemos destacar con satisfacción que ha hecho su ley de la semilla evangélica fructum aferuint in patientia (Lc 8, 15), consiguen el fruto en la paciencia, con la constancia, con la perseverancia. Tenemos que alabar lo metódico de su trabajo, y por ello el esfuerzo, la resolución y el sacrificio que lleva consigo. Tenemos que advertir que, siguiendo la didáctica felizmente reinante en las asociaciones católicas, también el «Renacimiento» determina claramente sus temas de estudio, de discusión y de acción, en planos anuales, bien estructurados, resueltos a vencer la superficialidad de la atención pasiva para penetrar en la circulación interior del pensamiento, para suscitar los problemas y resolverlos, para despertar ansias y superar timideces y perezas, para traducirse en propósitos y pasar a la acción. Es éste un buen método y un buen trabajo. Así se forman personalidades fuertes y decididas, así se evita que el apostolado sea una experiencia de diletantes o un hábito de profesionales.

Todo esto merece un aplauso por un tercer comentario que queremos hacer, siempre con la intención de revalidar lo que ya hace el «Renacimiento»; lo queremos definir como la «convergencia». Es decir, de la convergencia de fines con que el «Renacimiento» tiende hacia los del apostolado del seglar católico en general, militante con métodos y objetivos sufragados por la aprobación de la autoridad eclesiástica responsable en la Iglesia de Dios.

Esta prerrogativa de la convergencia supone y exige muchas cosas hermosas: supone y exige espíritu de concordia y estima de las demás formas y fuerzas, igualmente militantes por la causa católica; supone y exige una visión abierta y objetiva de los problemas religiosos, morales y sociales de nuestro tiempo; supone y exige una cierta uniformidad de puntos de vista con relación a las situaciones que requieren actividad y presencia por parte de los católicos, con filial adhesión a las eventuales orientaciones y directrices que puede dar quien tenga competencia; supone y exige un sentido vivo y profundo de la Iglesia, cómo hoy va madurando, también por influencia del Concilio ecuménico, en la conciencia de quien quiere de verdad interpretar fielmente el mensaje evangélico consignado por Cristo a sus apóstoles, y por medio de ellos a sus fieles. Esta capacidad de conservar la autonomía propia y relativa, la funcionalidad característica propia y saberla insertar armoniosamente en el concierto coral del laicado católico, y, por este camino, en la misión regeneradora del esfuerzo pastoral de la Iglesia, es una gran virtud y un gran servicio a la causa de Cristo en nuestra sociedad. Y será un gran mérito, que vivamente os auguramos, que podréis siempre poner en el número de vuestras glorias.

Apoyamos, por tanto, la marcha franca y acelerada del Movimiento del Renacimiento Cristiano con nuestra bendición apostólica.



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