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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA PRIMERA SEMANA DE ESTUDIO SOBRE LA PASTORAL DEL MUNDO DEL TRABAJO


Viernes 26 de junio de 1964

 

Venerable hermano y queridos hijos:

Al saludar. a la espléndida escuadra sacerdotal de participantes en la primera Semana de Estudio sobre la pastoral del mundo del trabajo, organizada por el ONARMO, bajo el alto patrocinio de la Conferencia Episcopal Italiana, nuestro corazón vibra de paternal y emocionada satisfacción. ¿Cómo no ver en vosotros, queridos consiliarios obreros, a los sacerdotes de primera fila, y con vosotros a todos los sacerdotes que de forma diversa están comprometidos en la asistencia al mundo del trabajo, a los apóstoles de los tiempos nuevos, consagrados a un ferviente esfuerzo misionero, que para todos vosotros es “preocupación diaria” (cf. 2 Cor 11, 28), ansia generosa y quizá dramática, de asediante búsqueda de contactos amistosos y vivificantes para llevar el mensaje de Cristo al mundo del trabajo? ¿Cómo no ver en vosotros, y en vuestros compañeros, y alentar con la autoridad de nuestro mandato apostólico, una selecta vocación al sacerdocio católico, un ministerio providencial y ardiente, una solicitud que trata continuamente de adaptarse a sus graves responsabilidades, para poder fraternal y autorizadamente dar respuesta cristiana a las demandas y exigencias del trabajador? El tema que habéis tratado los días pasados es una prueba evidente de vuestra ansia apostólica, y damos las gracias a la Conferencia Episcopal Italiana, que vemos aquí representada por uno de sus miembros; damos las gracias a la Presidencia del ONARMO y a las demás Organizaciones cristianas de trabajadores por la celosa y dinámica sensibilidad que han demostrado en la realización de esta primera Semana de Estudio.

De hecho, hablar de “la presencia y función del sacerdote en la comunidad obrera”, tema propuesto a vuestra consideración, habla de la exigencia de un apostolado providencial, requiere el programa de una obra inteligente y generosa, prepara la definición de un ministerio especializado en beneficio de los trabajadores en cuanto tales. Sinceramente nos alegramos por ello y nos causa una viva satisfacción saber que la iniciativa quiere ser la primera de una serie especial de estudios y reuniones para profundizar y extender vuestra acción pastoral, con el examen y comprobación de su metodología, con la preparación de tácticas más apropiadas de apostolado. Todo esto significa un fervor especial de vida y actividad que nos proporciona un vivo consuelo, que os lo agradecemos de corazón.

No es necesario subrayaros la importancia, la necesidad y la urgencia de la misión pastoral del sacerdote. Quiere llevar a Cristo al mundo del trabajo, deber de la Iglesia en todos los campos de la sociedad humana. Quiere imprimir en él, según la expresión de nuestro predecesor San Pío X, “la impronta cristiana” (Carta a la Unión Económico Social de los Católicos Italianos, 20 de enero de 1907), que sucesivamente Pío XII subrayó con vigorosa y exultante consigna: “Una tarea importante os aguarda —decía—; dar a este mundo de la industria una forma y una estructura cristiana ...Cristo, señor de todo lo creado, maestro del mundo actual, pues también está llamado a ser un mundo cristiano. Vuestra obligación es conferirle la impronta de Cristo” (Radiomensaje al Katholikentag de Colonia, 2 de septiembre de 1956).

Dar la impronta de Cristo. ¡Qué horizonte extenso se abre al alma sacerdotal, preocupada por su responsabilidad y por su vocación! Esto os llevará a descubrir las huellas de Dios en las realidades materiales, como también en las conquistas técnicas y organizativas del mundo del trabajo, y a vencer la inercia y oscuridad de la materia, que parece a veces adueñarse del alma inmortal del hombre, enseñorearse de ella y reducirla a servidumbre con mordaza de hierro; habrá que comunicar al trabajador la conciencia altísima de su dignidad de persona humana, amada por Dios, redimida en Cristo y transformada en nueva criatura, llamada al destino de construir la ciudad terrena en la justicia, en la paz y en la libertad, redimiéndose en el trabajo y en el sacrificio, a la espera de la ciudad celestial; habrá que sobrenaturalizar en el trabajador cristiano todos los motivos de su trabajo diario, habituándolo a considerar su vida no sólo desde el punto de vista material y terreno, sino también y sobre todo, desde el punto de vista espiritual y divino, para poder mirar por su propia santificación, y por la elevación del mundo que le rodea, por medio de los instrumentos de su propio trabajo; habrá que comprometer a todos a un convencido, alegre y coherente testimonio de fidelidad al Evangelio de Cristo, para ampliar las filas de los que no son insensibles a los valores cristianos, un testimonio de ejemplo, generosidad, caridad mutua y fraternal, con el fin de unir los espíritus en la mutua comprensión, superando los obstáculos del egoísmo y la división, que aíslan las mejores fuerzas; finalmente habrá que promover las iniciativas que nuestros seglares, con profunda sensibilidad religiosa y con métodos conformes a las exigencias sociales modernas, tratan de realizar para una concreta afirmación de los principios cristianos,

Esta múltiple acción pastoral exigirá también un atento e iluminado esfuerzo de formación, ejercida a través de la prensa especializada, de encuentros y contactos periodísticos, empresas y organizaciones apostólicas y sociales, con el fin de preparar en vuestros hombres, de acuerdo con la capacidad de cada uno, una mentalidad, un juicio, un “Weltanschauung”, usando una expresión corriente, una presencia y una acción que se inspiren en los grandes valores del cristianismo, para que a todo se le de su luz debida, desde la concepción coherente de la propia vida, al seguro conocimiento del criterio moral, al juicio de los factores más importantes del tiempo moderno, con su ideología, con sus diversas formas de diversión y de espectáculo, con la mentalidad corriente.

Dar la impronta de Cristo. Vuestro celo, vuestra experiencia, vuestros estudios, sabrán sugeriros los diversos campos en que intervenir, los métodos a seguir, la adaptación necesaria para el desarrollo de un programa tan vasto y comprometedor. Pero la tarea es demasiado importante para ser tenida en menos, para no exigir la absoluta dependencia de la gracia divina, una acendrada preparación y luego el empeño de todas las fuerzas, en una acción pastoral incansable, que no rehúsa ninguna tentativa para anunciar a Cristo, y conquistarle almas ardientes y generosas, que quizá aguardan una voz que las llame, como los obreros de la parábola evangélica (Mt 20, 1 ss.).

Venerable hermano y queridos hijos: También queremos daros una consigna, que apreciamos particularmente con miras al pleno éxito de vuestro ministerio en la comunidad de trabajo. Y os lo damos con las palabras de Pío XI, nuestro predecesor, que dijo a la Federación Nacional Católica Francesa: “La unión hace la fuerza y la disciplina a la unión... No abandonamos nunca la ocasión de decir que en el campo de las formalidades naturales y sobrenaturales, en que trabajáis, nunca se hará nada sin unión. Sobre todo y a toda costa, permaneced unidos, pues es la condición de la fuerza y del éxito. Las palabras que escucháis no son solamente palabras de un hombre, aunque Papa, sino palabras de Dios. Son palabras divinas del corazón de Cristo; en sus últimos consejos y sublimes enseñanzas”. El dijo: “Permaneced unidos” (12 junio 1929).

Con la misma firmeza os repetimos estas palabras, pues estamos ciertos que, sobre, todo en las presentes condiciones de vida, y de trabajo, sólo la unión, la convergencia de métodos y objetivos a alcanzar, la instrumentación concorde de un plan común de actividad, no sólo puede asegurar a vuestro trabajo mayor eficacia y más rápida realización, sino también condiciones esenciales para su éxito, y corresponden, como sabéis, a nuestros deseos.

Permitid que nuestras breves y sencillas palabras, después del calor de la exhortación, adquieran ahora tintes de esperanza; tenemos confianza en vuestra obra y en la de los demás sacerdotes amigos del mundo obrero; tenemos confianza en el corazón del trabajador, que ciertamente debe intuir la importancia y la fortuna de un diálogo con la Iglesia. que con inmensa estima e incomparable amor le abre los tesoros de su Evangelio.

Estamos a vuestro lado con nuestro apoyo, os seguimos con la oración diaria, que pide para vosotros la asistencia constante del Espíritu Divino, para que cada uno de vosotros, “llamado a ser apóstol, elegido para anunciar el Evangelio de Dios” (cf. Rom 1, 1) se disfrute de éxitos fecundos aún en medio de la dureza de su ministerio.

Nuestra bendición apostólica, que de corazón os partimos, quiere ser la confirmación de estos votos paternales, y prenda de constante progreso de vuestro trabajo sacerdotal.



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