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PEREGRINACIÓN DE PABLO VI A BOMBAY

DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO
ANTE EL GOBIERNO CENTRAL DE LA INDIA

Jueves 3 de diciembre de 1964

 

Queridos señores miembros del Cuerpo Diplomático:

Sentimos en nuestro corazón un sentimiento de gozo y de gratitud al ver a vuestras excelencias reunidos en torno a nuestra persona. En efecto, no han dudado en desplazarse desde Nueva Delhi hasta aquí para tener con Nos la cortesía de saludarnos, en nombre de los países que representáis. Esta deferencia, estad seguros de ello, nos conmueve profundamente; y por esto precisamente, de todo corazón, queremos corresponder expresándoos nuestros más sinceros votos de prosperidad y de bienestar para vuestros pueblos respectivos, muchos de los cuales, además, tienen representantes cerca de la Santa Sede, con los cuales mantenemos las relaciones más cordiales.

Este encuentro de hoy —lo sabéis igual que Nos— no reviste ningún carácter político. Porque, en efecto, ha sido un fin puramente religioso el que Nos ha movido a emprender este viaje: hemos venido a situarnos en medio de nuestros hijos del Extremo Oriente para adorar a Nuestro Señor Jesucristo presente en la Eucaristía. Tal es exactamente la finalidad de este Congreso Internacional al que la India le ha prestado tan noble acogida. Y Nos hemos querido de esta manera agradecer a este país tan prestigioso y del que no podemos olvidar que se abrió tan pronto a la predicación del Evangelio y que cuenta con comunidades cristianas de las más antiguas y las más venerables. Hemos venido, ante todo, como peregrino siguiendo las huellas del apóstol Santo Tomás y del glorioso San Francisco Javier, cuya fiesta la Iglesia celebra estos días. Pero también hemos venido para manifestar la estima, el respeto y el amor que la Iglesia católica profesa a los pueblos del continente asiático, a sus civilizaciones y a su profundísima religiosidad.

En este país que desde hace largo tiempo alimenta una noble tradición a favor de la no-violencia, nos place pensar que nuestra peregrinación revestirá también un valor de signo en favor de la paz. Siguiendo a nuestros predecesores, jamás nos cansaremos de pedir al Dios Todopoderoso que conceda la paz al mundo; bendeciremos siempre todos los esfuerzos sinceros y leales que se realicen para establecer la concordia entre los hombres; invitaremos sin cesar a los jefes responsables de los destinos de los pueblos a no escatimar ninguna iniciativa capaz de procurar a la humanidad este bien tan deseado; no cesaremos de recordar que el edificio de la paz se fundamenta sólidamente sólo en la verdad, en la justicia, en la caridad y en la libertad, para reasumir de este modo las afirmaciones de Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris.

En cuanto a vosotros, queridos señores, que sois más conscientes que los demás —por vuestra misma misión— de la grandeza y de la fragilidad de este edificio del buen entendimiento entre los pueblos, os decimos: trabajad también vosotros por la paz. La humanidad entera os lo agradecerá y Dios os bendecirá. De todo corazón invocamos su divina asistencia sobre vuestras personas, vuestras familias, vuestros países y vuestros pacíficos esfuerzos, mientras os repetimos nuestro vivo reconocimiento por el honor que habéis tenido a bien dispensarnos y por el gozo que nos ha causado vuestra visita.

 



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