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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES DE TOGO

Sábado 22 de marzo 1969

 

Con gran satisfacción os acogemos hoy en nuestra casa, Señor ministro, y os saludamos. Dirigimos también nuestro saludo a su Excelencia el Sr.. Paulin Eklou y a las eminentes personalidades que os han acompañado a Italia en una misión cultural y amistosa.

Habéis venido a visitarnos, a pesar del poco tiempo libre que os dejan vuestras obligaciones. Agradecemos sinceramente esta delicada atención. Os damos la bienvenida a vosotros personalmente y, en vosotros, a Togo, vuestra querida patria.

Conocéis el afecto que sentimos hacia las tierras africanas. Las visitamos ya en otra ocasión y nos disponemos ahora a realizar un nuevo viaje que, aunque será rápido, manifestará al mundo el profundo interés que suscitan en nosotros las alegrías, las dificultades y las pruebas de los pueblos de ese gran continente.

No pisaremos la tierra de vuestro país, peso con nuestra oración confiaremos a Dios las intenciones de sus habitantes, y será para nosotros una gran satisfacción poderlo hacer por la intercesión de los Santos Mártires de Uganda, que supieron ser fieles a su fe sin renunciar a los valores morales de la tradición africana.

« La Iglesia – ha recordado con mucho acierto el Concilio Vaticano II – al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes, para investigarlo y comprenderlo con mayor profundidad, para expresarlo en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de los fieles » (Gaudium et Spes, n. 58, 2). Por eso nos llena de satisfacción esta visita que estáis haciendo a Europa con el fin de ofrecerle no sólo vuestra amistad, sino también vuestras riquezas espirituales más características.

Los pueblos aprenderán a conocerse y a respetarse mediante estos intercambios fraternos. Estimulamos calurosamente estas iniciativas y os aseguramos complacidos que la Iglesia trabajará cada vez más para favorecer el desarrollo de todas las culturas, con tal que busquen el bien común y no descuiden las necesidades de cada hombre. Cristo ha venido para salvar a todos los hombres mediante el misterio de su redención y para introducir en el mundo un fermento de unidad y de paz mediante su Evangelio.

Quisiéramos prolongar esta entrevista. Pero por desgracia no es posible. Para terminar este encuentro tan breve queremos aseguraros que os tendremos siempre muy presentes en nuestro pensamiento.

Invocamos de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, sobre vuestras familias y vuestros seres queridos, sobre vuestra noble nación y sus gobernantes.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.13, p.8

 



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