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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A ASIA ORIENTAL, OCEANÍA Y AUSTRALIA

DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRESIDENTE DE FILIPINAS*

Manila
Viernes 27 de noviembre de 1970

 

Señor Presidente:

Nos complacemos en presentar un saludo deferente a Vuestra Excelencia, en cuanto jefe y representante supremo de la gran Nación Filipina. Nos deseamos también agradeceros la extraordinaria acogida que Nos hemos recibido al llegar a vuestra tierra. Hemos apreciado vivamente vuestro ofrecimiento de hospitalidad, pero Nuestras normas Nos obligan a residir en la Nunciatura Apostólica. De todas maneras Nos consideramos huésped del pueblo filipino y vuestro. De nuevo Nos os damos las gracias.

Nos estamos informado de las elevadas y rectas intenciones que han inspirado e inspiran la política de vuestro gobierno. Nos estamos seguro de que este encuentro cordial entre el humilde Sucesor de Pedro y el supremo Magistrado del querido pueblo filipino —el único de mayoría cristiana en todo el Extremo Oriente— será igualmente un eficaz estímulo para renovados y más eficaces esfuerzos en favor de los hombres, por medio de una distribución más equitativa de las riquezas de este país bendecido por Dios, de un desarrollo efectivo e integral de los individuos y de las comunidades, de una promoción humana que llegue principalmente a las categorías más necesitadas, de una toma de conciencia más profunda a todos los niveles, no sólo de los derechos, sino también y sobre todo de los deberes hacia los otros hombres, nuestros semejantes, y hacia toda la comunidad.

El objeto de Nuestra visita a Manila es de orden espiritual y apostólico. Nuestra felicidad será inmensa si con tal viaje los fieles católicos se reafirman en su fe para manifestarla de una manera sincera y coherente; si se estimulan en la búsqueda de esa fusión feliz de su patrimonio religioso con las nuevas exigencias de un mundo moderno. Nos quisiéramos que se consolide su voluntad de vivir en buena armonía con todos, de promover el desarrollo social en nombre de la caridad de Cristo del cual ellos son testigos, de valorizar las virtudes cívicas de integridad, de desinterés, y de servicio, semejantes, para todos, ya que estas virtudes son la base de la prosperidad de los pueblos grandes, libres y unidos.

A vuestros excelentes colaboradores, Nos formulamos igualmente Nuestro deferente saludo y la seguridad de Nuestra estima por la importancia de sus funciones. La Iglesia tiene en gran aprecio a los servidores del bien público cuando ponen sus cargos al servicio de todos. Reconociendo y respetando los derechos de las personas, de las familias y de los grupos, velando por la equidad y el progreso económico y social, ellos hacen honor al cristianismo, en quien tienen origen estas virtudes (Cf. Rom 13, 7).

¡Dios bendiga vuestras personas y vuestras familias, que El recompense vuestra dedicación y vuestra admirable hospitalidad, con la abundancia de sus gracias!

 


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.49 p.8.

 



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