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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRESIDENTE DE FINLANDIA*

Lunes 1 de febrero de 1971

 

Señor Presidente:

Las palabras que Vuestra Excelencia acaba de dirigirnos han encontrado en Nos un profundo eco, y vuestra visita –la primera de un Presidente de Finlandia al Vaticano– la acogemos con gran alegría. De todo corazón Nos saludamos en usted a un hombre de Estado que tan bien ha sabido hacer frente a sus responsabilidades en lo concerniente a la paz y a la prosperidad de su País, y por medio de su persona Nos saludamos a todo el noble pueblo finlandés.

Nos queremos aprovechar la ocasión de esta visita para manifestarle en primer lugar la profunda estima y la benévola simpatía que Nos sentimos por todos vuestros queridos compatriotas. Nos conocemos muy bien los lazos tan afectivos con los que vuestro pueblo se siente ligado a su patria y a sus tradiciones, tan denodada y valientemente defendidas durante el curso de la historia, en defensa de una legítima independencia. Nos apreciamos vuestro gusto por la naturaleza, una naturaleza por una parte que ha desplegado entre vosotros todos los esplendores de su magnificencia por medio de lagos, bosques y montañas, una naturaleza por otra parte que conoce la dureza del frío y las largas noches de invierno, pero que en cambio goza también de los reflejos incomparables de la luz polar. Nos somos sensible a todo vuestro patrimonio cultural, poético y musical, ese patrimonio que el corazón de Finlandia ha suscitado y por el que se ha hecho conocer y apreciar en todo el mundo. Por otra parte, ¿cómo no recordar la hospitalidad, el afán de apertura y de contactos humanos, el espíritu de tolerancia de que hacen gala los hijos de vuestra Nación?

Más aún – Vuestra Excelencia ha hecho alusión a ello en términos delicados – Nos sentimos cercano al pueblo finlandés, cuya civilización se ha desarrollado en simbiosis con el cristianismo, a partir del tiempo en que el obispo San Enrique llevó allá el Evangelio, con el precio de su vida. Es verdad que hoy muchos cristianos de Finlandia se hallan separados de la iglesia católica, pero no por ello son menos hermanos Nuestros, alimentados en las mismas fuentes de la Palabra de Dios y de la gracia del bautismo, y con los que ardientemente Nos deseamos, el día que el Señor lo quiera, establecer una comunión plena de vida eclesial.

La comunidad católica es muy reducida entre vosotros. Pero Vuestra Excelencia ha tenido la amabilidad de señalar su vitalidad y su aportación a la vida espiritual y cultural del País. Nos apreciamos de corazón esta delicadeza y Nos alegramos de las relaciones amistosas que se han entablado entre las diferentes confesiones cristianas, así como por las relaciones con las otras comunidades religiosas, esperando que en lo futuro se intensifiquen en el mutuo respeto para el bien común de todos y, finalmente, para que todos colaboren conjuntamente y de todo corazón en la grandeza humana y moral de vuestra patria.

También Nos ha informado de su preocupación por la paz y seguridad europeas. No es preciso repetir ahora el interés – que usted mismo acaba de señalar – de la Santa Sede en favor de vuestras iniciativas, pues Nos queremos creer, a pesar de todo y contra todo, en los medios pacíficos de arreglar las diferencias y de salvar los obstáculos, a fin de lograr instaurar la seguridad en la justicia, en el respeto de la dignidad y de la legitima independencia de cada una de las partes, al mismo tiempo que su necesaria solidaridad. Nos estamos convencido que este compromiso por la paz es una exigencia de la caridad que apremia a todos los hombres y, por este título, dicho compromiso se inscribe en un lugar privilegiado de Nuestro ministerio apostólico.

Como usted bien sabe, dentro de este espíritu la Santa Sede tiene establecidas con vuestro País fecundas relaciones diplomáticas, y Nos aprovechamos gustoso la ocasión que hoy se Nos ofrece para subrayarlo en presencia de su primer magistrado.

Al expresarle Nuestros mejores deseos, Nos imploramos de todo corazón para Vuestra Excelencia, que Nos ha honrado con esta visita, para las personalidades que le acompañan y en particular para el Sr. Ministro de Asuntos Exteriores y para el Sr. Embajador, así como para todo pueblo de Finlandia, la abundancia de las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.6 p.7.

 



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