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 DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE ARGELIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 10 de julio de 1972

 

Señor Embajador:

Nos agradecemos a Vuestra Excelencia las amables palabras que acabáis de pronunciar. ¿Cómo no ser sensible al homenaje que tributáis a la colaboración de la Iglesia católica, y asimismo a vuestro deseo de un diálogo cada vez más fructífero en pro del bienestar de vuestro noble país y de la paz internacional?

Nos recibimos con satisfacción los sentimientos cordiales de Su Excelencia el señor Presidente Houari Boumedienne, y os confiamos el encargo de renovarle la seguridad de los votos que recientemente Nos le hemos expresado, con ocasión de las celebraciones del X aniversario de la independencia de Argelia.

Sí, la etapa que hoy se inaugura, con las relaciones entre la Santa Sede y la joven República Democrática y Popular de Argelia, es una etapa nueva y – Nos queremos esperarlo – llena de promesas. Vuestra Excelencia tiene el honor de ser el testigo privilegiado y el primer colaborador elegido, en calidad de Embajador. Seáis bienvenido, y estad seguro de Nuestra benévola ayuda para el cumplimiento de vuestra alta misión.

Con un lenguaje a la vez denso y firme, os habéis hecho eco de los esfuerzos y de los ideales, de las preocupaciones y de las esperanzas de vuestros queridos compatriotas, por lo que concierne a la prosperidad, en todos los sectores, de vuestro país, tan rico en vitalidad, y a su incorporación activa en el concierto de las naciones.

Vuestra Excelencia sabe, y ha tenido la bondad de subrayarlo, que la Iglesia católica se interesa cordialmente por los derechos de las personas y de los pueblos, y asimismo por las condiciones de libertad, de dignidad, de igualdad racial, de justicia, de responsabilidad, de solidaridad, que requiere su plena expansión. Porque este destino está inscrito por el Creador en la naturaleza humana como una vocación, y a los hombres les agrada realizarlo unidos, con la ayuda del Altísimo. Esta es la razón por la cual, desde esta Sede Apostólica, Nos no perdemos ocasión de testimoniar en favor de los oprimidos y de los pobres de toda clase, apelando incansablemente a la comprensión, al arreglo pacífico, a una garantía internacional de los derechos, al acuerdo de buenas voluntades, a la movilización de energías para las tareas constructivas más urgentes, superando las tensiones peligrosas, las violencias estériles y los odios homicidas. Nos complace particularmente escucharos hablar de una cooperación fructuosa y respetuosa de los derechos de cada cual, entre los que se sienten solidarios por multitud de lazos históricos y culturales, alrededor de esta cuenca mediterránea.

Sin embargo, Nos bien sabemos que los sentimientos, las palabras y los proyectos no podrían bastar. Es en el corazón de las realidades concretas donde los cristianos son llamados a obrar por su concepto de la dignidad del prójimo, su voluntad de paz, la mutua ayuda fraterna, su preocupación por los valores supremos (cf. Populorum progressio, 21). Los que trabajan actualmente en el seno de la nueva Argelia, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, no tienen otra ambición. ¿Hace falta evocar la noble figura de nuestro querido hermano, el cardenal Duval, cuyos sentimientos de lealtad y de generoso servicio conocen vuestros compatriotas? Nosotros estamos agradecido a las autoridades y a las poblaciones de vuestro país, por la estima, la simpatía y la confianza que manifiestan a la comunidad cristiana, encomendada a él y a los demás obispos de Argelia. Con la seguridad de esta benevolencia, los católicos podrán seguir viviendo su fe específica, en un diálogo respetuoso y fecundo con sus amigos musulmanes. Y bajo el mismo impulso contribuirán individualmente y gracias a la ayuda necesaria de sus asociaciones a las grandes empresas de desarrollo que se están llevando a cabo: el acceso de todos a la educación básica, la difusión del patrimonio espiritual y cultural, la asistencia a los enfermos y a los menos favorecidos, la explotación de las riquezas nacionales en provecho de todos y cada uno, la formación de cara a las propias responsabilidades, la promoción de la justicia social, el acrecentamiento del bienestar de las personas y de las familias, la búsqueda de un género de vida abierto al Absoluto.

Esta colaboración fructuosa entre los diversos creyentes, ciudadanos de Argelia, encontrará una garantía y un estímulo – Nos lo esperamos firmemente – en estas relaciones particulares que se establecen hoy entre la Santa Sede, centro de la iglesia católica, y vuestro Gobierno. Al reiterar a Vuestra Excelencia los votos que, llenos de esperanza, hacemos por este porvenir, Nos imploramos de todo corazón sobre vuestra persona, señor Embajador, sobre los vuestros y sobre toda Argelia, las bendiciones del Altísimo

 


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.31 p.10.

 



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