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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE
DAHOMEY
ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 8 de noviembre de 1973

 

Señor Embajador:

Hoy comenzáis, con esta ceremonia oficial, vuestra misión de Representante de Dahomey ante la Santa Sede. Nuestras primeras palabras son para daros la bienvenida. Nos alegramos de recibiros. Apreciamos la concepción que tenéis de vuestra tarea y os aseguramos que encontraréis aquí la escucha y la comprensión indispensables para su buen cumplimiento.

Traéis con vosotros los saludos del señor Presidente de la República y los ardientes deseos del Gobierno de Dahomey. La cortesía de estas altas autoridades nos da una razón aún mayor de esperar un fortalecimiento de los lazos que unen la Santa Sede a vuestro país. A estas relaciones llenas de confianza se añade el afecto especial que tenemos para con el pueblo de Dahomey. Podéis dar testimonio de él a su Excelencia el Teniente-Coronel Mathieu Kerekou, quien os ha dado este mandato, transmitiéndole la expresión de nuestro agradecimiento por los deseos de que os habéis hecho intérprete.

Vuestra amable alocución, señor Embajador, ha puesto de relieve, entre los esfuerzos de la Iglesia católica, aquellos que según usted encuentran un eco mayor en Dahomey. Habéis mencionado concretamente las diversas intervenciones que hemos creído oportuno hacer desde el comienzo de nuestro pontificado, en favor del desarrollo y del establecimiento progresivo de una mayor justicia económica y social. Habéis tocado así un tema que nos preocupa especialmente, porque la posibilidad de acrecentar sus bienes, el modo de repartirlos y de repartir las responsabilidades y el trabajo, tienen una grave repercusión sobre toda la vida humana; no deben convertirse en una fuente de discriminaciones entre los pueblos ni entre las clases sociales. En este terreno, nuestra misión evangélica nos obliga a hablar, a exhortar sin cesar a los dirigentes y aún a los simples ciudadanos, cristianos o no, a la clarividencia y a la generosidad que constituyen la grandeza de una nación; por una parte, utilizar realmente para el bienestar del conjunto de estos habitantes todos los recursos de que dispone y, por otra, establecer una especie de participación, mejor aún, ayudar a cada Estado a realizar él mismo las condiciones de su propio desarrollo. Afirmamos también, frente a las múltiples tensiones que ensombrecen el horizonte, que urge encontrar soluciones permanentes en casos de crisis abierta, mediante el respeto a una autoridad internacional, pero que es preferible y mucho más eficaz buscar las verdaderas causas de estos conflictos para corregir a tiempo sus posibles efectos. Y ya que se nos ofrece así la ocasión, sostenemos que más allá de esta motivación sencillamente realista debe ir ganando terreno poco a poco otra convicción: todos los hombres son hermanos; lo que exige el verdadero interés adquiere en esta máxima, tan querida a los cristianos, una fuerza nueva.

Hemos notado también en vuestra alocución el tributo de homenaje pagado a la acción benéfica de los misioneros, celosos y valientes, que se entregan totalmente desde hace muchos años al servicio de Dahomey y de sus habitantes. Nos conmueve este testimonio de vuestra Excelencia. La simiente evangélica ha germinado en un terreno preparado. Hoy, si la colaboración de estos apóstoles sigue siendo útil, si su generosidad encuentra abundantemente dónde emplearse en el cumplimiento de las numerosas tareas educativas, sociales y evangelizadoras, así como en la valorización de las ancestrales riquezas del alma africana, quiere decir que la Iglesia ha adquirido un nuevo rostro en Dahomey. Habéis acogido con agrado la llegada de un episcopado y un clero autóctonos, que toman bajo su cuidado las comunidades cristianas locales. También nosotros damos una gran importancia al florecimiento de un laicado consciente de sus deberes y al despertar ya visible de vocaciones religiosas o catequísticas. Es el signo de una Iglesia viva, en la que los diversos ministerios son asumidos cada vez más por los habitantes del país. De esta manera se realiza uno de los objetivos primordiales que se ha fijado nuestra Congregación para la Evangelización de los Pueblos, uno de cuyos principales responsables habéis evocado en la persona de mons. Bernardin Gantin. Esto equivale a decir que miramos con gran confianza la vitalidad religiosa de los católicos de Dahomey y su fructuosa participación en el esfuerzo de todos sus compatriotas para el mayor bien del país.

Permitidnos concluir, señor Embajador, ofreciéndoos nuestros más fervientes deseos para vuestra misión e invocando los abundantes dones del Altísimo para vuestra persona, para vuestro noble país y para sus dirigentes. Que todo el pueblo de Dahomey se sienta hoy particularmente apreciado por nosotros. Les repetimos, por vuestro medio, nuestra estima y nuestro afecto.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.46, p.11.

 



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