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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DEL URUGUAY
ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 21 de diciembre de 1974

 

Señor Embajador:

Al recibir de manos de Vuestra Excelencia las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Uruguay ante la Santa Sede, nos es grato darle nuestra sincera y cordial bienvenida.

Con nobles expresiones, Vuestra Excelencia se ha hecho intérprete del deseo de mantener y consolidar, dentro del respeto y la colaboración mutuas, las buenas relaciones que existen entre el Uruguay y la Sede Apostólica. Es un deseo que compartimos plenamente, movido por el afecto y profunda estima que sentimos hacia los hijos de su querido País, de arraigadas tradiciones cristianas.

Vuestra Excelencia ha aludido en particular a la feliz coincidencia entre el comienzo de su misión y la inminente apertura del Año Santo universal. Es éste un momento propicio, en que la Iglesia se propone intensificar su presencia salvadora en medio de la comunidad humana, con el fin de responder al plan divino de construir «una nueva morada y una nueva tierra, donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano» (Gaudium et Spes, 39).

Es una llamada, por consiguiente, a la comprensión, al amor, a la colaboración, individual y colectiva, para transformar desde dentro los corazones, infundiendo en ellos una nueva mentalidad, una renovada visión cristiana del mundo y de la sociedad, donde no haya lugar a discriminaciones y tensiones hostiles, y se manifieste de manera práctica un clima de creciente fraternidad e igualdad.

Por su parte, la Iglesia seguirá prestando su ayuda desinteresada -lo testimonia claramente la entrega y dedicación con que atiende a tantas obras encomendadas a ella en Uruguay-, a fin de favorecer el desarrollo armónico de sus hijos y hacerles siempre más conscientes de su responsabilidad de ciudadanos y cristianos, es decir, capaces de inserirse como agentes calificados en un dinamismo que contribuya al enriquecimiento cada vez más intenso e integral de la colectividad, de acuerdo con los dictámenes de la justicia y las exigencias irrenunciables de la dignidad de la persona humana.

Señor Embajador: Desde ahora queremos asegurarle toda nuestra benevolencia para el feliz cumplimiento de su alta misión. Con nuestra gratitud por el deferente saludo que nos ha traído de parte del Señor Presidente de la República, rogamos a Vuestra Excelencia transmitir nuestros mejores votos a las Autoridades y a todos los amadísimos hijos de la Nación Uruguaya, sobre la cual invocamos abundantes bendiciones divinas.


*AAS 67 (1974), p.47-48.

Insegnamenti di Paolo VI, vol. XII, p.1330-1331.

L’Attività della Santa Sede 1974, p.419.

L'Osservatore Romano, 22.12.1974, p.1.

L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.52 p.8.

 



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