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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LA COMISIÓN DE LA ASAMBLEA PARLAMENTARIA
DEL CONSEJO DE EUROPA*

Lunes 5 de mayo de 1975

 

Es una alegría para nosotros recibir hoy a la Comisión encargada, dentro de la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, de las relaciones con los Parlamentos nacionales y la opinión pública. Ante todo queremos manifestaros nuestra estima, pensando en vuestras responsabilidades y en la gran conciencia con que las ejercéis.

Hoy es cinco de mayo. Hace veintiséis años, la Conferencia de los Diez, reunida en Londres, fundó el Consejo de Europa y aprobó sus estatutos. Este feliz aniversario parecía realmente digno de ser subrayado. En efecto, ¿cómo no evocar el camino recorrido a partir de aquella fecha, bajo el impulso primero de hombres de Estado particularmente clarividentes, como los fallecidos Robert Schuman, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer? Se trataba, inmediatamente después del conflicto mundial, de construir la unidad europea, establecién­dola sobre los sólidos cimientos de la fraternidad y de la cooperación en todos los campos, con el fin de asegurar las condiciones de la paz y del progreso.

De ahí la insistencia de la Organización, de la que sois representantes calificados, en promover con prioridad la libertad y el respeto de los derechos ele la persona humana. De ahí su vigilante atención, manifestada repetidas veces todavía muy recientemente, a los problemas sociales; porque la armonización de las legislaciones laborales, indispensable por el trasiego de obreros de un país a otro, es indiscutiblemente beneficioso y contribuye a una justicia mayor, De ahí también el interés prestado por vuestra Organización al mundo de los jóvenes, a los principios morales que deben presidir la acción en favor del desarrollo de las naciones menos favorecidas. Podríamos seguir enumerando los muchos asuntos que nutren vuestra reflexión y vuestros intercambios. Digamos solamente que nos impresionan por su carácter altamente humanitario. Si en Estrasburgo tenéis un magnífico laboratorio de ideas y somos felices de que os afanéis por sacarlas adelante progresivamente en el ámbito de vuestra competencia.

Nos parece que existe una convergencia entre todos estos esfuerzos y lo que la Iglesia pretende hacer en conformidad con las líneas directrices del Evangelio. En efecto, estos esfuerzos no pueden menos de contribuir a la unión de pueblos tan ricos en ideales, en tradiciones y energías como son los pueblos de Europa, aunque sus divergencias y sus divisiones no les permitan, por desgracia, ejercer en el mundo la importante función, la alta responsabilidad que corresponde a Europa en virtud precisamente de esas particulares riquezas. Estos mismos esfuerzos, orientados en primer término a la construcción de una Europa unida, contribuyen igualmente, de manera indirecta pero eficaz, a lograr la reconciliación entre todos los hombres y entre todos los pueblos; la Iglesia, por su parte, invita a esta reconciliación especialmente en este Año Santo.

Nos permitiréis por tanto experimentar una profunda satisfacción y reiteraros palabras de aliento, que ya otras veces hemos tenido ocasión de dirigir a vuestra Comisión. Que el Señor ilumine y bendiga vuestra búsqueda de la unidad y que os asista en vuestra hermosa tarea.


* L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.25, p.8.

 



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