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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA XI ASAMBLEA
DE LA «UNIÓN EUROPEA FEMENINA»*

Jueves 18 de septiembre de 1975

 

Señoras: Nos complace acogeros en nuestra mansión, pues vuestra visita es testimonio de vuestra adhesión a la Iglesia de Cristo, infatigable promotora de los valores humanos y cristianos, sin los cuales la sociedad se coloca en trance de estar a merced de la suerte.

Queremos felicitaros cordialmente por el trabajo realizado durante veinte años en el seno de la Unión Europea Femenina. Vosotras habéis contribuido, ciertamente, a abrir los caminos a un más amplio reconocimiento de la función de la mujer en la vida cívica y política en vuestros diversos países de Europa. Vuestra cultura, vuestra fe y vuestras responsabilidades, con frecuencia muy elevadas, os imponían este deber. Y vosotras habéis tenido la valentía de no eludirlo.

Vuestra actual asamblea os habrá revelado que hay mucho que hacer para valorar en todas partes la dignidad y la misión de la mujer. Esto es cierto, y el Año Internacional de la Mujer no conseguirá realizarlo todo. Pero podéis estar convencidas de que hacéis avanzar la historia. Y otros recogerán, sin duda alguna, lo que vosotras habréis sembrado. Por esta razón, sin salirnos del ámbito pastoral, os exhortamos a seguir el camino emprendido, con realismo y paciencia ciertamente, pero también con la fe y la caridad que corresponde a los discípulos de Cristo. Y el mundo y la iglesia verán a la mujer asumir, en las diversas instancias de la vida de su país, su parte indispensable de reflexión, de decisión y de acción. Y, como nosotros nos dirigimos a mujeres europeas, de las que no puede dudarse que son beneficiarias de una civilización ampliamente impregnada por el cristianismo, pero también afectada por las múltiples alienaciones que produce la vida moderna, no dudamos en invitarlas – y por medio de ellas, a todas las mujeres que ellas representan – a comprometerse más que nunca para salvaguardar los derechos inalienables de la persona humana, desde su concepción hasta su último aliento.

De esta forma, vosotras contribuiréis a humanizar, más todavía, nuestra sociedad dominada por la técnica. Es ésta una necesidad profunda, cuya urgencia se hace sentir más vivamente todos los días.

Con estos sentimientos, os otorgamos, a vosotras y a todos vuestros seres queridos, nuestra bendición apostólica.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n°41, p.10.

 



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