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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL SR. D. EDWARD GIEREK,
PRIMER SECRETARIO DEL COMITÉ CENTRAL
DEL PARTIDO OBRERO UNIFICADO POLACO*

Jueves 1 de diciembre de 1977

 

Excelencia:

Usted viene a visitarnos desde Polonia. Esto basta ya para hacernos agradable su visita, puesto que el nombre de su patria evoca en nuestro espíritu una plenitud de sentimientos y emociones como pocos nombres podrían suscitar.

En efecto, Nos amamos mucho a Polonia, y no sólo por los recuerdos personales que nos vinculan a ella y que no son menos profundos o menos vivos por remontarse a un período breve y ya lejano de nuestra vida. Particularmente está en nuestra memoria la imagen de la bella y grande Varsovia de Nuestra juventud sacerdotal. La furia destructora de la guerra se abatió después sobre ella, apagando innumerables vidas y no dejando casi en ella piedra sobre piedra; pero luego la voluntad de reconstrucción del pueblo polaco – tan duramente herido, pero no doblegado por ésta ni por otras circunstancias adversas de su larga existencia nacional – se propuso como punto de honor hacer resurgir de entre sus cenizas la ciudad, símbolo de su unidad y de su decisión de vivir, de manera que a los ojos de quienes ahora la miran resulta casi imposible reconocer las antiguas heridas. Y esto no para borrar el recuerdo, y sobre todo las enseñanzas de una guerra terrible, sino para afirmar la continuidad de una historia enraizada en los siglos y orientada hacia el futuro fiel a su propia identidad nacional que los acontecimientos más perturbadores no consiguieron interrumpir.

Excelencia, el otro motivo por el que vuestro país nos resulta tan querido, es éste: la historia de Polonia está impregnada de cristianismo desde sus primeros albores. Y además, porque la nación polaca ha mantenido constantemente muy estrechos lazos con esta Sede Apostólica, que por tantos motivos le está agradecida y que quiere a su vez manifestarle de nuevo su amistad sincera y efectiva. Todavía hoy las relaciones con la Iglesia católica y con la Santa Sede constituyen una de las características de la vida polaca, como Vuestra Excelencia ha recordado en más de una ocasión, manifestando el deseo de que esas relaciones lleguen a ser cada vez más correctas y constructivas para el bien de toda la colectividad nacional.

Nos pensamos poder afirmar serenamente que, en la existencia milenaria de su país, que ha pasado por circunstancias tan variadas y a veces tan difíciles, la acción de la Iglesia católica se ha desarrollado constantemente en sentido positivo para bien de la nación, incluso más allá del sector propiamente religioso, sobre todo en el campo de la cultura y de la formación del temple moral de un pueblo que ha sabido permanecer con la cabeza alta y ser generoso incluso en los momentos de pruebas más duras.

Nos estamos seguro de poder afirmar abiertamente que también hoy la Iglesia está dispuesta a ofrecer a la sociedad polaca su aportación positiva. La Iglesia quiere y está preparada para hacerlo, sobre todo cuando se trata de la educación al respeto de los valores morales, incluidos los que se refieren a la ética social, y a la generosidad en la cooperación al bien común, en el trabajo y en el libre compromiso personal para el progreso real y completo del país.

Nos hemos sido informado sobre las iniciativas de Vuestra Excelencia en pro de la tutela de la familia, promoviendo incluso la construcción de casas para los matrimonios jóvenes, y asimismo de las propuestas presentadas por Vuestra Excelencia sobre la elevación del nivel moral de la juventud. El agradecimiento por ello, que le testimonia también la Iglesia de Polonia, manifiesta igualmente la voluntad de apoyar dichos esfuerzos que responden asimismo a profundas preocupaciones Nuestras y de la jerarquía de su país.

La Iglesia católica no pide privilegios para si, sino sólo el derecho de ser ella misma y la posibilidad de desenvolver sin obstáculos la acción que le es propia por su constitución y por su misión.

De todo esto Nos hemos tenido ocasión de hablar más concretamente en el coloquio con Vuestra Excelencia, coloquio que Nos ha ofrecido igualmente la oportunidad de proceder juntos a la evaluación de los problemas que afectan a la vida de los pueblos, y constatar el desarrollo positivo de las relaciones entre la Santa Sede y Polonia. En dicha conversación Nos hemos manifestado el deseo, y por Nuestra parte la voluntad, de cooperar para que en un clima de relaciones de confianza entre la Iglesia y el Estado, con el reconocimiento de los propios deberes y de la misión de la Iglesia en la realidad contemporánea del país, se favorezca la «unidad de los polacos en la obra de construcción de la prosperidad de la República Popular de Polonia», que es lo que desea también el Episcopado.

Por lo demás, sólo así será capaz la Iglesia de prestar más plenamente la ayuda que ella desea ofrecer y que se espera de ella. Una ayuda que tendrá tanta mayor probabilidad de eficacia cuanto mejor se establezcan las otras condiciones que favorezcan el alto nivel moral en la sociedad, desde la educación y la formación de la juventud en las escuelas e instituciones del Estado, a las condiciones del ambiente de trabajo y a las situaciones socio-económicas del país y de su población. De corazón Nos auguramos que puedan ser superadas, solícita y satisfactoriamente, las dificultades que se encuentran en este sector para bien del pueblo polaco.

Una Polonia próspera y serena interesa mucho para la tranquilidad y la buena colaboración entre los pueblos de Europa.

Nos apreciamos y acogemos con agradecimiento las expresiones de Vuestra Excelencia por la obra que lleva a cabo la Santa Sede y Nos personalmente al servicio de la paz en Europa y en el mundo. Respondiendo al convencimiento profundo de que es un deber impuesto por nuestra propia misión, distinto pero no separado del que nos incumbe al servicio de la Iglesia católica, de los intereses religiosos y de los derechos humanos de los individuos si de los pueblos, no Nos cansaremos de seguir ocupándonos siempre, lo mejor que Nos permitan nuestras posibilidades, de que se prevengan y resuelvan con equidad los conflictos entre las naciones, y de que se aseguren y mejoren las bases indispensables para la convivencia pacifica entre países y continentes; entre estas bases hay que considerar, y no entre las últimas, un orden económico mundial más justo, el cese de la carrera de armamentos cada vez más amenazantes también en el sector nuclear, como premisa para un desarme gradual y equilibrado; el desarrollo de mejores relaciones económicas, culturales y humanas entre los pueblos, individuos y grupos asociados.

En esta perspectiva la Santa Sede ha dado su apoyo y su aportación directa a la Conferencia de Helsinki para la seguridad y la cooperación en Europa, y ahora está vivamente interesada en que el Documento final de dicha Conferencia – completo y con todas las partes que constituyen un todo sabiamente equilibrado, de forma que no se pueda hacer caso omiso de ninguna de ellas – obtenga una actuación fiel e íntegra por parte de todos los firmantes. Mientras Nos miramos los dos años largos transcurridos desde la firma del Documento y las sombras y luces que presenta el conjunto de su aplicación práctica, Nos parece igualmente necesario dirigir los ojos y el empeño hacia el futuro, a fin de que las conclusiones de Helsinki desarrollen cada vez mejor el potencial dinámico recogido en el Documento por la voluntad y visión política de los participantes.

Nos esperamos mucho de la contribución de Polonia a la causa de la paz y de la buena armonía internacional. Situada entre Oriente y Occidente, sus vastas llanuras han sido campo de batallas sangrientas con demasiada frecuencia. Y pensamos sobre todo en gran conflicto último; sus poblaciones generosas han sufrido amargamente: Oswiecim ha quedado como un símbolo de dicha tragedia y de la agresión que la desencadenó. La historia ella misma parece garantizar que Polonia desea ser siempre – y de ello Vuestra Excelencia ha querido darnos solemne confirmación – elemento de paz, puente de acercamiento y comprensión, más que teatro de encuentros.

Excelencia, ¿podríamos terminar expresando los deseos más bellos para un país y para un pueblo que están tan cerca de nuestro corazón?

Que el Señor bendiga a Polonia para que sea siempre próspera y feliz en la fidelidad a sus grandes tradiciones que tanto la unen a Nos, y en el compromiso de cara al futuro en el que le acompañan Nuestros buenos deseos.

Excelencia, acoja el augurio de bien que Nos hacemos extensivo a su esposa y a cuantos están aquí presentes con Vuestra Excelencia.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.51 p.2.



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