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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE FINLANDIA
ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 24 de enero de 1977

 

Señor Embajador:

Las palabras que acabáis de dirigimos al presentar las Cartas que os acreditan cómo Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Finlandia, ponen de manifiesto el elevado ideal que quiere inspirar vuestra acción cerca de la Santa Sede; os lo agradecemos vivamente, como agradecemos también los sentimientos que hacia nosotros habéis manifestado.

Las relaciones que la Santa Sede mantiene con los Estados miran siempre a su finalidad propiamente religiosa, y además a favorecer todo cuanto pueda suscitar o acrecentar un espíritu de cooperación pacífica entre los pueblos, así corno la voluntad de asegurar a todas las personas la libertad interior y exterior, inseparables de la dignidad humana.

De aquí nuestro aprecio por las orientaciones de vuestro Gobierno que acabáis de recordar brevemente, y que contribuyen a unir a los hombres de buena voluntad. Importa, por tanto, que no se desanimen por las decepciones o las dificultades, puesto que dichas orientaciones responden a irreprimibles exigencias de la humanidad. Estamos persuadido de que la colaboración confiada en vías de instaurarse poco a poco, y que se propone asegurar un verdadero sentido del hombre en el principio mismo de las relaciones políticas, acabará por imponer la convicción de que la búsqueda egoísta del interés particular no puede bastar a los Estados, ni tampoco a las personas, para asegurar esa paz a la que todos aspiran.

Precisamente a causa de su misión religiosa, en conformidad con las enseñanzas del Evangelio y la voluntad de su Fundador, la Iglesia se esfuerza en contribuir, con las armas pacíficas que son las suyas, a esta obra de persuasión y de transformación de los corazones, a fin de ver de verdad un hermano en cada hombre. Esta convicción ha inspirado siempre los llamamientos que, en ocasión de la Jornada mundial de la Paz, lanzamos cada año a la conciencia de los responsables políticos y a la de todos los hombres, para recordarles incansablemente dónde se hallan los verdaderos caminos de la paz. Esta convicción ha impulsado igualmente la participación de la Santa Sede en la Conferencia que atrajo hacia la capital de vuestro país la atención y las esperanzas de muchos pueblos. Deseamos vivamente que esta esperanza no quede fallida, y que los acuerdos de Helsinki encuentren aplicación total y leal en cuantos los suscribieron.

Sabemos que nuestros hijos católicos de Finlandia comparten plenamente este ideal, y nos complace que dicha aspiración los mueva a colaborar con sus hermanos en el servicio de su país y de toda la comunidad humana.

Acogemos con satisfacción los sentimientos que Su Excelencia el señor Presidente de la República ha querido transmitirnos por vuestro medio. También nosotros conservamos un recuerdo excelente de su visita, y os encomendamos el encargo de expresarle, con nuestra gratitud, los votos calurosos que formulamos en la oración por su persona y por la felicidad del querido pueblo de Finlandia.

Esté seguro, señor Embajador, de la cordialidad de nuestra acogida. Con nuestro augurio de bienvenida, le dirigimos los que formulamos para el cumplimiento de su alta misión.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.9, p.11.



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