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DISCURSOS DEL PAPA PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA XIX CONFERENCIA
DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS
PARA LA ALIMENTACIÓN Y LA AGRICULTURA*

Viernes 18 de noviembre de 1977

 

Señor Presidente,
Señor Director General,
Señoras, Señores:

Nos sentimos feliz al recibiros hoy, participantes en la XIX sesión de la Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Constituye una verdadera alegría ver reunidos a los delegados de tan numerosos países con el fin de estudiar los medios para responder a las necesidades de los que tienen hambre; apreciamos vuestros esfuerzos y os felicitamos por ello. Esta satisfacción no puede impedir, sin embargo, que consideremos el camino que queda aún por recorrer; vosotros tenéis conciencia de ello y os renovamos esta mañana, nuestros votos por un fecundo trabajo, las esperanzas que tantos hombres privados de lo necesario bien quisieran poner en vuestra Organización.

El problema de la alimentación sigue siendo en efecto una de las principales preocupaciones de nuestro tiempo; se sitúa entre las necesidades elementales de la humanidad, cuya satisfacción requiere con urgencia iniciativas de gran envergadura, en el cuadro de la renovación de las actividades económicas y sociales de la comunidad internacional. La Iglesia no ha cesado de compartir esta preocupación acuciante.

Recordaremos sencillamente dos manifestaciones particularmente trágicas y apremiantes de este problema. La repetición tan frecuente de catástrofes que obligan a reflexionar a toda la humanidad: sequía, hambre, inundaciones..., donde la expresión "muerto de hambre" reviste el significado más literal. Y también la subalimentación y la mala nutrición como características mayores del subdesarrollo, con todas sus consecuencias: mortalidad infantil, disminución o desaparición de la capacidad de trabajo, etc.

Ciertamente, algunos informes denotan optimismo en lo que concierne a la producción. La situación hoy más satisfactoria de la agricultura depende no sólo de factores climatológicos, sino también de los dispositivos puestos en marcha a diversa escala, en particular después de la Conferencia Alimentaria mundial y sobre todo de la toma de conciencia que esta Conferencia ha despertado en la opinión, muy especialmente en la conciencia de los responsables de la marcha de las políticas internacionales y nacionales. Este optimismo debe no obstante ser atenuado, ya que como usted mismo, señor Director General, lo ha puesto de relieve, en materia de desarrollo alimenticio y agrícola si se obtienen resultados espectaculares, con frecuencia son efímeros: el mañana no mantiene sus promesas y se hace necesario bajar el tono de manera brutal. Es precisamente a vuestra Organización a la que corresponde principalmente el papel de catalizador y de "moderador" de los esfuerzos de desarrollo agrícola internacional, vigilando para que las mejoras se confirmen y para que el progreso se apoye sobre bases suficientemente profundas, de manera que sea constante.

En esta perspectiva, nos parece importante recordar que la FAO cuenta entre sus objetivos primeros no sólo la producción, sino también la promoción de las zonas rurales y de los campesinos, sobre todo en los países en vías de desarrollo. Aunque mejora en conjunto la producción internacional, no parece que se pueda decir lo mismo de las zonas rurales del Tercer Mundo. Prueba de ello es que la proporción de la producción proveniente de países desarrollados está en neto aumento sobre la de la otra parte del mundo. Existe en esto un problema estructural e institucional, como hay también necesidad de mejorar la condición y la formación de la clase campesina, en particular de los pequeños propietarios de tierras y de los jóvenes rurales, como lo señalábamos ya al dirigirnos a la Conferencia mundial sobre la Alimentación.

Pero se impone también hacer una opción en favor de los países en vías de desarrollo, en lo que atañe a la organización de los planes económicos y sociales. Sin pretender atar para siempre a su tierra a amplios sectores de población que actualmente sacan de ella lo poco que tienen para subsistir, parece oportuno pensar en la promoción, dentro del sector agrícola, de una vasta proporción de estas masas, antes que intentar trasplantarlas al sector industrial y, sobre todo, de exponerse a verlas amontonadas en los suburbios. Además, es importantísimo que estos países hagan todo lo posible por ser autosuficientes en el terreno del consumo agrícola de sus poblaciones. La dependencia que muchos de ellos deben sufrir en la actualidad, como consecuencia, por otra parte, de los sistemas de intercambios internacionales de los que no son responsables en la mayoría de los casos, resulta profundamente perjudicial para sus economías, y se van endeudando pesadamente.

¿Cómo no llamar además de nuevo vuestra atención acerca del problema de la distribución de los productos alimenticios, y de los equilibrios por realizar en todos los factores que determinan el intercambio de los mismos? Por una parte, el coste de las importaciones de productos agrícolas necesarios para los países en vías de desarrollo supone una grave sangría para sus débiles recursos; por otra, los ingresos de sus exportaciones agrícolas no alcanzan para suministrarles una ganancia equitativa, la cual constituiría una aportación normal y necesaria para su presupuesto nacional y un incentivo para los productores. Toda especulación con las necesidades elementales del hombre es inicua, pero de manera particular lo es la que se realiza con los alimentos y las armas. Es de desear que, en esta materia, los países desarrollados, cualquiera que sea su sistema social y económico, se decidan finalmente, aunque ello resulte doloroso, a revisar los procedimientos que ellos mismos imponen a la mayoría del universo. Sedes de encuentro como la FAO deberían ser lugares privilegiados para conseguirlo.

Nadie duda de que los problemas que ocupan vuestro trabajo, y de los que hemos recordado solamente algunos puntos principales, no son exclusivamente técnicos; son también morales. En efecto, implican una concepción del hombre, que no puede resultar indiferente a la hora de buscar soluciones. Os exhortamos pues a no perder nunca de vista el aspecto ético de las cuestiones que tratáis y a considerar vuestra actividad ante todo como un servicio, un servicio que rendís a esta parte de la humanidad que carece de los bienes más elementales: los que aseguran la subsistencia.

Que podáis tener el gozo de ser contados un día por el Señor entre los que han respondido verdaderamente a las necesidades de sus hermanos hambrientos. A El pedimos desde ahora que bendiga vuestros esfuerzos y vuestras personas.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.48 p.10.



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