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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL SEÑOR LAZARE NZORUBARA
EMBAJADOR DE BURUNDI ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 27 de enero de 1978

 

Señor Embajador:

Para expresar vuestros sentimientos en este día de la presentación de vuestras Cartas Credenciales, habéis sabido encontrar palabras rebosantes de nobleza, y pensamientos acerca de la Iglesia católica que hemos valorado mucho. Os lo agradecemos de todo corazón y os damos las gracias también por el mensaje que nos traéis de parte de las autoridades de vuestro país y de todo el pueblo de Burundi.

Os acogemos con gran gozo en el momento en que comienza oficialmente la misión que os ha confiado Su Excelencia el Coronel Jean-Baptiste Bagaza. Es misión de amistad y de paz. ¿Acaso existe una tarea más bienhechora y más entusiasmante que la de dedicarse a reforzar los lazos mutuos, la comprensión de los puntos de vista y la confianza? En todo momento descubriréis en nosotros y en nuestros colaboradores la voluntad de actuar en esta línea, a fin de que las cuestiones de interés común se estudien en atmósfera de gran respeto, se hallen las soluciones oportunas y se pongan en práctica. Así, en clima de cooperación y simpatía recíprocas, las relaciones entre la Santa Sede y la República de Burundi producirán frutos siempre nuevos, que son precisamente el fin que se persigue.

Vuestra alocución —decíamos— ha sido de nuestro agrado por más de una tazón. Pondremos de relieve lo que os ha sugerido el tema de la paz, de la reconciliación y de la igualdad entre los hombres, sin barrera alguna ideológica, ni religiosa; un tema que algunos quizá se inclinan a considerar ya gastado, según el viejo refrán, pero al que las vicisitudes del mundo dan gran actualidad. Ni siquiera el continente africano, por desgracia, deja de ser teatro de enfrentamientos bien significativos. Hace unos días recordábamos este problema al recibir a vuestros compañeros del Cuerpo Diplomático. ¿Cómo luchar? ¿Cómo impulsar la causa de la fraternidad? ¿Con la fuerza y la amenaza de las armas? No, ciertamente. Por el contrario, el camino que se abre ante los artífices de la paz pasa por la solidaridad y también por el desarrollo cultural, económico y social. Nos felicitamos por la seguridad que nos dais de que tal es el programa trazado por vuestro Gobierno, y alimentamos la firme esperanza de que en el centro de África vuestro querido país sirva de ejemplo y sea un verdadero oasis de tranquilidad.

Nuestros hijos católicos son muchos entre vosotros. Sólo piden poder continuar y hasta incrementar el esfuerzo personal y colectivo por el bien de la nación. No forman una entidad a parte, claro está. Son ciudadanos como los demás, e igualmente buenos compatriotas, así lo creemos, respetuosos de la autoridad civil. Sus obispos y su clero, tanto autóctono como misionero, no cesan de exhortarles a mostrarse leales en todo. Es uno de los secretos quizá de su valiosa contribución en el pasado —que nos causa admiración— y del testimonio que seguirán dando mañana.

Sólo nos queda, señor Embajador, expresaros nuestros mejores deseos hacia vuestra persona, vuestra familia y vuestra misión. Nos complacemos en presentároslos y en dirigir a través de Vuestra Excelencia nuestro saludo al Jefe del Estado y al pueblo de Burundi, sobre el que invocamos la asistencia y protección del Todopoderoso.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.7, p.8.

 



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