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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A UN GRUPO DE "COLABORADORES" ITALIANOS
DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA


Sábado 6 de mayo de 1978

 

Hijas e hijos queridísimos:

Bienvenidos seáis de verdad a la casa del Papa. Nos han informado de  que estos días estáis celebrando en Roma una reunión nacional. Nos causa alegría ver que sois un número tan relevante, y que os entregáis tan ejemplarmente a la tarea que habéis asumido en el servicio a los hermanos necesitados. Todo ello es señal de que el mensaje de amor proclamado por Jesús sigue penetrando hondamente y dando frutos en las almas abiertas y disponibles, aun en medio de fenómenos, crueles incluso a veces e inconcebibles, de violencia física y sicológica, de propaganda masiva de ideologías que incitan al odio, al escarnio y a la violencia hacia los otros; y aun en medio de frecuentes tentaciones de individualismo, ante las que sucumben también los seguidores de Cristo.

Al llamaros "colaboradores" de la madre Teresa de Calcuta, dais a entender que habéis meditado y asimilado las palabras iluminantes de Jesús, referidas por el Evangelista Mateo: En el juicio final Cristo juez premiará o condenará según las relaciones de acogida o repulsa que los creyentes hayan tenido durante la vida terrena con los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los necesitados, los enfermos, los encarcelados, es decir, los pobres, los marginados, los despreciados. Es más, Jesús llega casi hasta identificarse con ellos: "En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso —es decir, gestos de caridad— a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Además, Jesús señala el amor mutuo como característica específica de sus discípulos (cf. Jn 15, 12 ss.). Este es el mandamiento antiguo y nuevo, como afirma el Evangelista San Juan cuando escribe: "El que ama a su hermano está en la luz" (1 Jn 2, 10).

Hijas e hijos queridísimos: Continuad trabajando con constancia, generosidad y entrega creciente en difundir e irradiar la caridad efectiva y desinteresada, con la convicción de que vuestra actitud es la expresión concreta y sensible de vuestro amor a Dios (cf. 1 Jn 4, 11-12. 16. 19-21), y de que en el rostro desfigurado y humillado del pobre podéis adivinar por la fe el rostro de Cristo.

Nos gusta recordar las palabras de San Agustín cuando escribe al comentar la primera Carta de San Juan: "Si amas al hermano, ¿acaso amas al hermano y no a Cristo? ¿Cómo es posible si estás amando a los miembros de Cristo? Por tanto, si amas a los miembros de Cristo, estás amando a Cristo; si amas a Cristo, amas al Hijo de Dios; si amas al Hijo de Dios, amas al Padre. No se puede por tanto separar el amor,... si de verdad amas a la Cabeza, estás amando también a los miembros" (In Epislolam Joannis tractatus, X, 3: PL 35, 2055-2056).

Desearíamos que todos nuestros hijos supieran escuchar el gemido y el lamento, muy tenues a veces, de los que sufren, de quienes tienen hambre, de los que están solos, a fin de que todos puedan vivir y realizar su dignidad de hombres e hijos de Dios en concordia y solidaridad. Con nuestra bendición apostólica.

Al recibir a los colaboradores de la madre Teresa y a algunos de los que ellos atienden, nuestro pensamiento se dirige precisamente a las Misioneras de la Caridad, sobre todo a las novicias y a las hermanas que se preparan a los votos finales aquí en Roma y en Calcuta. Recordad siempre, queridas hijas en Cristo, el valor de vuestra consagración religiosa. A través de la consagración al Señor Jesús correspondéis a su amor y descubrís las necesidades de sus hermanos y hermanas de todo el mundo. Esta consagración, expresada en los votos, es la fuente de vuestra alegría y vuestra realización. Es el secreto de vuestra colaboración sobrenatural en el reino de Dios. Es la medida de la eficacia de vuestro servicio al pobre, la garantía de que será duradero. Sí, pertenecer a Cristo Jesús es un gran don del amor de Dios. Ojalá vea siempre el mundo este amor en vuestra sonrisa. A todos va nuestra bendición apostólica.

 

 



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