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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

 Puerta abierta

Martes 10 de marzo de 2015

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 11, viernes 13 de marzo de 2015

 

«Pedir perdón no es un simple pedir disculpas». No es fácil, así como «no es fácil recibir el perdón de Dios: no porque Él no quiera dárnoslo, sino porque nosotros cerramos la puerta no perdonando» a los demás. En la homilía de la misa en Santa Marta del martes 10 de marzo, el Papa Francisco añadió una tesela a la reflexión sobre el camino penitencial que caracteriza la Cuaresma: el tema del perdón.

La reflexión partió del pasaje de la primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel (3, 25.34-43), donde se lee que el profeta Azarías «pasaba un momento de prueba y recordó la prueba de su pueblo, que era esclavo». Pero, puntualizó el Pontífice, el pueblo «no era esclavo por casualidad: era esclavo porque había abandonado la ley del Señor, porque había pecado». Por ello Azarías reza así: «Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia... Ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Hoy pedimos misericordia». Es decir, Azarías «se arrepiente. Pide perdón por el pecado de su pueblo». Así, pues, el profeta «no se lamenta ante Dios en la prueba», no dice: «Pero tú eres injusto con nosotros, mira lo que sucede ahora...». Él, en cambio, afirma: «Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados y nos merecemos esto». He aquí el detalle fundamental: Azarías «tenía conciencia de pecado».

El Papa hizo notar luego también que Azarías no dice al Señor: «Disculpa, nos hemos equivocado». En efecto, «pedir perdón es otro cosa, es algo distinto que pedir disculpas». Se trata de dos actitudes diferentes: el primero se limita a pedir disculpas, el segundo implica el reconocimiento de haber pecado.

El pecado, en efecto, «no es un simple error. El pecado es idolatría», es adorar a los «numerosos ídolos que tenemos»: el orgullo, la vanidad, el dinero, el «yo mismo», el bienestar. He aquí porqué Azarías no pide simplemente disculpas, sino que «pide perdón».

El pasaje del evangelio de san Mateo (18, 21-35) llevó al Papa Francisco a afrontar la otra cara del perdón: del perdón que se pide a Dios al perdón que se ofrece a los hermanos. Pedro plantea una pregunta a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?». En el Evangelio «no son muchos los momentos en los que una persona pide perdón», explicó el Papa, recordando algunos de estos episodios. Está, por ejemplo, «la pecadora que llora sobre los pies de Jesús, lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos»: en ese caso, dijo el Pontífice, «la mujer había pecado mucho, había amado mucho y pide perdón». Luego se podría recordar el episodio en el que Pedro, «tras la pesca milagrosa, dice a Jesús: “Aléjate de mí, que soy un pecador”»: allí él «se da cuenta de que no se había equivocado, que había otra cosa dentro de él». También, se puede volver a pensar en el momento en el que «Pedro llora, la noche del Jueves santo, cuando Jesús lo mira».

En todo caso, son «pocos los momentos en los que se pide perdón». Pero en el pasaje propuesto por la liturgia Pedro pregunta al Señor cuál debe ser la medida de nuestro perdón: «¿Sólo siete veces?». Jesús responde al apóstol «con un juego de palabras que significa “siempre”: setenta veces siete, es decir, tú debes perdonar siempre». Aquí, subrayó el Papa Francisco, se habla de «perdonar», no simplemente de pedir disculpas por un error: perdonar «a quien me ha ofendido, a quien me hizo mal, a quien con su maldad hirió mi vida, mi corazón».

He aquí entonces la pregunta para cada uno de nosotros: «¿Cuál es la medida de mi perdón?». La respuesta puede venir de la parábola relatada por Jesús, la del hombre «a quien se le perdonó mucho, mucho, mucho, mucho dinero, mucho, millones», y que luego, bien «contento» con su perdón, salió y «encontró a un compañero que tal vez tenía una deuda de 5 euros y lo mandó a la cárcel». El ejemplo es claro: «Si yo no soy capaz de perdonar, no soy capaz de pedir perdón». Por ello «Jesús nos enseña a rezar así al Padre: “Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”».

¿Qué significa en concreto? El Papa Francisco respondió imaginando el diálogo con un penitente: «Pero, padre, yo me confieso, voy a confesarme... —¿Y qué haces primero de confesarte? —Pienso en las cosas que hice mal. —Está bien. —Luego pido perdón al Señor y prometo no volver hacerlo... —Bien. ¿Y luego vas al sacerdote?». Pero antes «te falta una cosa: ¿has perdonado a los que te han hecho mal?». Si la oración que se nos ha sugerido es: «Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los demás», sabemos que «el perdón que Dios te dará» requiere «el perdón que tú das a los demás».

Como conclusión, el Papa Francisco resumió así la meditación: ante todo, «pedir perdón no es un simple pedir disculpas» sino que «es ser consciente del pecado, de la idolatría que construí, de las muchas idolatrías»; en segundo lugar, «Dios siempre perdona, siempre», pero pide que también yo perdone, porque «si yo no perdono», en cierto sentido es como si cerrase «la puerta al perdón de Dios». Una puerta, en cambio, que debemos mantener abierta: dejemos entrar el perdón de Dios a fin de que podamos perdonar a los demás.

 



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