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VISITA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO
CON MOTIVO DEL 50 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

Basílica de Santa María en Trastévere
Domingo, 11 de marzo de 2018

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Palabras improvisadas tras el saludo del presidente

Buenas tardes... ¡no tan buenas! El Prof. Impagliazzo ha dicho que Roma tiene las puertas abiertas, ¡pero incluso el cielo tiene las puertas abiertas y ha arrojado toda su agua y nos está mojando! ¡Pero siempre con las puertas abiertas! Gracias, gracias por venir. Gracias por estar aquí y gracias por vuestra generosidad. Aquí dentro hay tanta generosidad. Y también el corazón abierto: ¡el corazón abierto para todos, todos, todos! Sin distinguir: “Este me gusta, este no me gusta; este es un amigo, este es un enemigo...”. No. ¡Todos, todos! El corazón abierto para todos. Y esto hace que la vida continúe. Muchas gracias y os deseo lo mejor, a cada uno de vosotros, a vuestras familias y también a vuestros sueños. Que el Señor os bendiga Y rezad por mí. ¡Gracias!


DISCURSO DEL SANTO PADRE

Queridos amigos:

¡Gracias por vuestro recibimiento! Me alegra estar aquí con vosotros en el cincuentenario de la Comunidad de San Egidio. Desde esta basílica de Santa María in Trastevere, corazón de vuestra oración diaria, me gustaría abrazar a vuestras comunidades esparcidas en todo el mundo. Os saludo a todos, en particular al prof. Andrea Riccardi, que tuvo la feliz intuición de este camino, y al presidente prof. Marco Impagliazzo por las palabras de bienvenida.

No habéis querido hacer de esta fiesta solo una celebración del pasado, sino también y sobre todo una manifestación gozosa de responsabilidad hacia el futuro. Esto nos hace pensar en la parábola evangélica de los talentos, que habla de un hombre que «antes de salir de viaje, llamó a sus siervos y les dio sus bienes» (Mt 25,14). También a cada uno de vosotros, cualquiera que sea su edad, se le otorga al menos un talento. En él está escrito el carisma de esta comunidad, un carisma que, cuando vine aquí en 2014, resumí en estas palabras: plegaria, pobres y paz. Las tres “p”. Y añadí: «Y caminando así ayudáis a hacer crecer la compasión en el corazón de la sociedad —que es la verdadera revolución, la de la compasión y de la ternura—, a hacer crecer la amistad en lugar de los fantasmas de la enemistad y de la indiferencia» (Encuentro con los pobres de la Comunidad de San Egidio, 15 de junio de 2014: Insegnamenti II, 1 [2014], 731). Plegaria, pobres y paz: es el talento de la Comunidad, madurado en cincuenta años. Hoy nuevamente lo recibís con alegría. En la parábola, sin embargo, un siervo esconde su talento en un hoyo y se justifica así: «Tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra» (v. 25). Este hombre no supo invertir su talento en el futuro, porque se dejó aconsejar por el miedo.

El mundo de hoy a menudo está habitado por el miedo, incluso por la rabia, decía el profesor Riccardi, que es una hermana del miedo. Es una enfermedad antigua: en la Biblia se repite a menudo la invitación a no tener miedo. Nuestro tiempo conoce grandes miedos frente a las vastas dimensiones de la globalización. Y los miedos a menudo se concentran en quién es extranjero, diferente de nosotros, pobre, como si fuera un enemigo. Hasta se hacen planes nacionales de desarrollo bajo el lema de la lucha contra estas personas. Y entonces nos defendemos de ellas, creyendo conservar lo que tenemos o lo que somos. La atmósfera de miedo puede infectar a los cristianos que, como el siervo de la parábola, ocultan el don recibido: no lo invierten en el futuro, no lo comparten con los demás, se lo quedan para ellos: “Pertenezco a esta asociación...; Soy de esa comunidad...”; se “maquillan” las vidas con esto y no hacen que el talento florezca.

Si estamos solos fácilmente nos vemos atrapados por el miedo. Pero vuestra camino os orienta a mirar al futuro juntos: no solos, no para uno mismo. Junto con la Iglesia. Os habéis beneficiado del gran impulso a la vida comunitaria y al ser pueblo de Dios que vino del Concilio Vaticano II, que afirma: «Sin embargo, fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo» (Constitución Dogmática Lumen gentium, 9). Vuestra Comunidad, nacida a fines de los años sesenta, es hija del Concilio, de su mensaje y de su espíritu.

El futuro del mundo parece incierto, lo sabemos, lo escuchamos todos los días en las noticias. ¡Mirad cuántas guerras hay en curso! Sé que rezáis y trabajáis por la paz. Pensemos en las penas del pueblo sirio, el amado y atormentado pueblo sirio, cuyos refugiados habéis acogido en Europa a través de los “pasillos humanitarios”. ¿Cómo es posible que, después de las tragedias del siglo XX, uno pueda volver a caer en la misma lógica absurda? Pero la Palabra del Señor es luz en la oscuridad y da esperanza de paz; nos ayuda a no tener miedo incluso frente a la fuerza del mal.

Habéis escrito las palabras del Salmo: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (119,105). Hemos acogido la Palabra de Dios entre nosotros con un espíritu festivo. Con este espíritu habéis aceptado lo que propuse a cada comunidad al final del Jubileo de la Misericordia: que un domingo al año se dedicase a la Palabra de Dios (cf. Cart. Ap. Misericordia et misera, 7). La Palabra de Dios os ha protegido en el pasado de las tentaciones de la ideología y hoy os libera de la intimidación del miedo. Por eso, os exhorto a amar y frecuentar la Biblia cada vez más. Cada uno encontrará en ella la fuente de misericordia para con los pobres, los heridos de la vida y de la guerra.

La Palabra de Dios es la lámpara con la que mirar el futuro, también el de esta Comunidad. En su luz, los signos de los tiempos se pueden leer. Decía el beato Pablo VI: «El descubrimiento de los “signos de los tiempos” [...] resulta de una confrontación de la fe con la vida» de manera que «el mundo se convierte en un libro para nosotros» (Audiencia general, 16 de abril de 1969: Insegnamenti VII , 1969, 919). Un libro para leer con la mirada y el corazón de Dios. Esta es la espiritualidad que proviene del Concilio, que enseña una compasión grande y atenta del mundo.

Desde que nació vuestra comunidad, el mundo se ha vuelto “global”: la economía y las comunicaciones por así decirlo, se han “unificado”. Pero para tanta gente, especialmente los pobres, se han levantado nuevos muros. La diversidad es una ocasión para la hostilidad y el conflicto; todavía está por construir una globalización de la solidaridad y del espíritu. El futuro del mundo global es vivir juntos: este ideal requiere el esfuerzo de tender puentes, de mantener abierto el diálogo, de seguir encontrándose.

No es solo un hecho político u organizativo. Cada uno está llamado a cambiar su corazón mirando compasivamente al otro, para convertirse en artesano de la paz y en profeta de la misericordia. El samaritano de la parábola se hizo cargo del hombre medio muerto en el camino, porque «vio y tuvo compasión» (Lc 10,33). El samaritano no tenía una responsabilidad específica con el herido, y era extranjero. En cambio, se comportó como un hermano, porque tuvo una mirada de misericordia. El cristiano, por su vocación, es hermano de cada hombre, especialmente si es pobre, e incluso si es un enemigo. Nunca digáis: “¿Qué tengo que ver yo?”. ¡Bonita frase para lavarse las manos! “¿Qué tengo que ver yo?”. Una mirada misericordiosa nos compromete a la audacia creativa del amor, ¡hace tanta falta! Somos hermanos de todos y, por lo tanto, profetas de un mundo nuevo; y la Iglesia es signo de la unidad del género humano, entre pueblos, familias culturas.

Me gustaría que este aniversario fuera un aniversario cristiano: no un momento para medir los resultados o las dificultades; no la hora de los balances, sino el momento en que la fe está llamada a convertirse en nueva audacia para el Evangelio. La audacia no es el coraje de un día, sino la paciencia de una misión diaria en la ciudad y en el mundo. Es la misión de volver a tejer pacientemente el tejido humano de las periferias, que la violencia y el empobrecimiento han desgarrado; de comunicar el Evangelio a través de la amistad personal; de mostrar cómo una vida se vuelve verdaderamente humana cuando se vive junto a los más pobres; de crear una sociedad en la que nadie sea más extranjero. Es la misión de cruzar los límites y los muros para encontrarse.

Hoy, todavía más, continuad audazmente por este camino. Continuad a estar al lado de los niños de las periferias con las Escuelas de la Paz, que he visitado; continuad a estar cerca de los ancianos: a veces se descartan, pero para vosotros son amigos. Continuad abriendo pasillos humanitarios para los que huyen de la guerra y del hambre. ¡Los pobres son vuestro tesoro!

El apóstol Pablo escribe: «No se gloríe nadie en los hombres porque todo es vuestro [...] Pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios» (1Cor 3,21.23). ¡Vosotros sois de Cristo! Es el significado profundo de vuestra historia hasta hoy, pero es sobre todo la clave con la que enfrentar el futuro. Sed siempre de Cristo en la oración, en la atención de sus hermanos menores, en la búsqueda de la paz, porque Él es nuestra paz. ¡Él caminará con vosotros, os protegerá y os guiará! Rezo por vosotros y vosotros rezad por mí. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 11 de marzo de 2018.

 



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