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VISITA DEL SANTO PADRE FRANCISCO AL CAPITOLIO

Martes, 26 de marzo de 2019

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Discurso a la Administración capitolina
(Aula de Julio César)

Palabras del Santo Padre a los ciudadanos presentes en la Plaza del Capitolio
(Balcón del Palacio Senatorio)

Saludo a una representación de los empleados capitolinos con su familias
(Sala de la Protomoteca)

 


 

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA ADMINISTRACIÓN CAPITOLINA

 

Señora alcaldesa,
señoras y señores asesores y concejales de la Municipalidad de Roma,
ilustres Autoridades,
queridos amigos
:

Doy las gracias a la señora alcaldesa por su invitación y por las amables expresiones que me ha dirigido. Mi saludo cordial se extiende a los asesores, a los concejales de la Municipalidad, a los representantes del Gobierno, a las demás autoridades presentes y a toda la ciudadanía romana.

Desde hace tiempo quería venir al Capitolio para encontraros y agradeceros personalmente la colaboración brindada por las autoridades de la ciudad a las de la Santa Sede con motivo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, así como durante la celebración de otros eventos eclesiales que, para llevarse a cabo con orden y éxito, necesitan la disponibilidad y el trabajo calificado de vosotros, los administradores de esta ciudad, testigos de una historia milenaria y que, al acoger al cristianismo, se ha convertido a lo largo de los siglos en el centro del catolicismo.

Roma es la patria de una concepción original del derecho, basada en la sabiduría práctica de su pueblo y mediante la cual ha irradiado al mundo con sus principios e instituciones. Es la Ciudad que ha reconocido el valor y la belleza de la filosofía, del arte y en general de la cultura de la antigua Hélade, que la ha aceptado y la ha integrado hasta el punto de que la civilización que surgió de ella se ha llamado con razón grecorromana. Al mismo tiempo, por una coincidencia que es difícil no llamar diseño, aquí los santos apóstoles Pedro y Pablo coronaron su misión con el martirio, y su sangre, mezclada con la de muchos otros testigos, se convirtió en la semilla de nuevas generaciones de cristianos que contribuyeron a dar a la Urbe un nuevo rostro que, no obstante la infinidad de sus vicisitudes históricas, con sus dramas, luces y sombras, sigue resplandeciendo con la riqueza de sus monumentos, obras de arte, iglesias y palacios, todo dispuesto de manera inimitable en las siete colinas, de las cuales esta es la primera.

Roma, a lo largo de sus casi 2.800 años de historia, ha sabido acoger e integrar a diferentes poblaciones y personas procedentes de todo el mundo, pertenecientes a las más variadas categorías sociales y económicas, sin anular sus diferencias legítimas, sin humillar o aplastar sus respectivas características ni su identidad. Más bien, ha otorgado a cada uno de ellos un terreno fértil, ese humus adecuado para obtener lo mejor de cada uno y dar forma, en diálogo mutuo, a nuevas identidades.

Esta ciudad ha acogido a estudiantes y peregrinos, turistas, refugiados y migrantes de todas las regiones de Italia y de muchos países del mundo. Se ha convertido en polo de atracción y bisagra.. Bisagra entre el norte continental y el mundo mediterráneo, entre las civilizaciones latina y germánica, entre las prerrogativas y los poderes reservados a los poderes civiles y las propios del poder espiritual. En efecto, se puede afirmar que, gracias a la fuerza de las palabras del Evangelio, se ha inaugurado aquí esa distinción providente ―en respeto mutuo y colaborativo por el bien de todos― entre la autoridad civil y la religiosa, que mejor se ajusta a la dignidad de la persona humana y le ofrece espacios de libertad y participación.

Roma, pues, se ha convertido en meta y símbolo para todos aquellos que, reconociéndola como la capital de Italia y el centro del catolicismo, se han encaminado hacia ella para admirar sus monumentos y huellas del pasado, para venerar la memoria de los mártires, para celebrar los principales fiestas del año litúrgico y para las grandes peregrinaciones jubilares, pero también para prestar su labor al servicio de las instituciones de la nación italiana o de la Santa Sede.

Por eso, Roma, de alguna manera obliga al poder temporal y al espiritual a dialogar constantemente, a colaborar establemente en el respeto mutuo; y también requiere ser creativos, tanto en el tejido diario de las buenas relaciones, como en el tratamiento de los muchos problemas que la gestión de una herencia tan inmensa necesariamente conlleva.

La “Ciudad Eterna” es como un enorme crisol de tesoros espirituales, histórico-artísticos e institucionales, y al mismo tiempo es el lugar donde viven unos tres millones de personas que trabajan, estudian, rezan, se encuentran y continúan su historia personal y familiar, y que juntos son el honor y el esfuerzo de cada administrador, de cualquiera que trabaje por el bien común de la ciudad. Es un organismo delicado, que necesita atención humilde y asidua y valor creativo para mantener el orden y la habitabilidad, para que no se degrade tanto esplendor. Pero al cúmulo de glorias pasadas podemos agregar la contribución de las nuevas generaciones, su genio específico, sus iniciativas, sus buenos proyectos.

El Capitolio, junto con la Cúpula de Miguel Ángel y el Coliseo ― que se pueden ver desde aquí ― son, de alguna manera, sus emblemas y su síntesis. En efecto, todos estos vestigios nos dicen que Roma tiene una vocación universal, portadora de una misión y un ideal que puede cruzar montañas y mares, y que puede narrarse a todos, sean cercanos o lejanos, cualquiera sea su pueblo de pertenencia, su idioma o el color de su piel. Como Sede del Sucesor de San Pedro, es un punto de referencia espiritual para todo el mundo católico. Por eso, bien se explica que el Acuerdo entre Italia y la Santa Sede sobre el Concordato, que celebra este año su 35 aniversario, afirme que «la República Italiana reconoce el significado particular que Roma, sede episcopal del Sumo Pontífice, tiene para la catolicidad» (art. 2 § 4).

Esta peculiar identidad histórica, cultural e institucional de Roma requiere que la Administración del Capitolio pueda gobernar esta realidad compleja con herramientas regulatorias apropiadas y una buena dotación de recursos.

Aún más decisivo, sin embargo, es que Roma se mantenga a la altura de sus tareas y de su historia, que sepa, incluso en las circunstancias cambiantes de nuestros días, ser faro de la civilización y maestra de la acogida, que no pierda la sabiduría que se manifiesta en la capacidad de integrar y hacer que todos se sientan partícipes de un destino común.

La Iglesia que está en Roma quiere ayudar a los romanos a redescubrir el sentido de pertenencia a una comunidad tan peculiar y, gracias a la red de sus parroquias, escuelas e instituciones caritativas, así como al compromiso amplio y encomiable del voluntariado, colabora con los poderes civiles y con toda la ciudadanía para que esta ciudad mantenga su rostro más noble, sus sentimientos de amor cristiano y de sentido cívico.

Roma requiere y merece la colaboración activa, sabia y generosa de todos; merece que tanto los ciudadanos privados como las fuerzas sociales y las instituciones públicas, la Iglesia católica y otras comunidades religiosas, se pongan al servicio del bien de la ciudad y de las personas que aquí viven, especialmente de aquellas que por cualquier razón se encuentren en los márgenes, casi descartadas y olvidadas o que experimentan el sufrimiento de la enfermedad, el abandono o la soledad.

Han pasado cuarenta y cinco años desde el congreso titulado: «Las responsabilidades de los cristianos frente a las expectativas de caridad y justicia en la diócesis de Roma», más conocido como el congreso “sobre los males de Roma, que se comprometió a poner en práctica las indicaciones del Concilio Vaticano II y permitió que se enfrentaran con mayor responsabilidad las condiciones reales de las periferias urbanas, a las que habían llegado masas de inmigrantes de otras partes de Italia. Hoy en día, aquellas y otras periferias han visto la llegada, desde muchos países, de numerosos migrantes que huyen de las guerras y la pobreza, que buscan reconstruir su existencia en condiciones de seguridad y de vida digna.

Roma, ciudad hospitalaria, está llamada a enfrentar este desafío trascendental en el surco de su noble historia; a utilizar sus energías para acoger e integrar, para transformar tensiones y problemas en oportunidades de encuentro y crecimiento. Roma, fertilizada por la sangre de los mártires, sabe cómo obtener de su cultura, formada por la fe en Cristo, los recursos de creatividad y caridad necesarios para superar los temores que corren el riesgo de bloquear las iniciativas y los posibles caminos. Esos recursos podrían lograr que la ciudad floreciera, hermanar y crear oportunidades para el desarrollo, tanto cívico y cultural, como económico y social. ¡Roma, ciudad de puentes, nunca de muros!

¡No hay que temer la bondad y la caridad! Son creativas y generan una sociedad pacífica, capaz de multiplicar las fuerzas, de abordar los problemas con seriedad y con menos ansiedad, con mayor dignidad y respeto para cada uno y de abrir nuevas oportunidades para el desarrollo.

La Santa Sede desea colaborar cada vez más y mejor por el bien de la ciudad, al servicio de todos, especialmente de los más pobres y desfavorecidos, por la cultura del encuentro y por una ecología integral. Alienta a todas sus instituciones y estructuras, así como a todas las personas y comunidades de las que es referente, a comprometerse activamente para dar testimonio de la eficacia y del atractivo de una fe que se convierte en trabajo, iniciativa y creatividad al servicio del bien.

Expreso, pues, mis mejores deseos para que todos se sientan plenamente involucrados en el logro de este objetivo, para confirmar con la claridad de las ideas y la fortaleza del testimonio diario las mejores tradiciones de Roma y su misión, y para que todo ello favorezca un renacimiento moral y espiritual de la Ciudad.

Señora alcaldesa, queridos amigos, al final de mi intervención, quiero encomendar a cada uno de vosotros, vuestro trabajo y las buenas intenciones que os animan, a la protección de María Salus Populi Romani y de los santos patrones Pedro y Pablo. ¡Servid con concordia a esta amada Ciudad, a la cual el Señor me ha llamado para llevar a cabo el ministerio episcopal! Sobre cada uno de vosotros invoco de todo corazón la abundancia de bendiciones divinas y os aseguro un recuerdo en la oración. Y vosotros rezad por mí, y si alguno de vosotros no reza, por lo menos que piense bien en mí ¡Muchas gracias!


PALABRAS DEL SANTO PADRE
A LA CIUDADANÍA

 

Queridos romanos, ¡buenos días!

Como vuestro obispo, generalmente os encuentro en San Pedro, en San Juan  o en las parroquias... Hoy puedo dirigiros la palabra y el saludo desde el Capitolio, cuna de esta Ciudad y corazón de su vida administrativa y civil. ¡Gracias por vuestra presencia y por vuestro afecto por el Sucesor de Pedro!

La Iglesia que está en Roma, según la conocida expresión de san Ignacio de Antioquía, «preside en la caridad» (Carta a los romanos, Proemio). Por lo tanto, es deber de su obispo, el Papa, pero también de todos los cristianos de Roma, trabajar de manera concreta para mantener el rostro de esta Iglesia siempre luminoso, reflejando la luz de Cristo que renueva los corazones.

En el corazón del Papa también hay sitio para quienes no comparten nuestra fe, todos son hermanos: son para todos mi cercanía espiritual y mi invitación a ser cada día “artesanos” de la fraternidad y la solidaridad. Esta es la tarea de un ciudadano: ser artesano de fraternidad y solidaridad. Como tantas personas en todo el mundo, también vosotros, ciudadanos de Roma, estáis preocupados por el bienestar y la educación de vuestros hijos; os importa el futuro del planeta y el tipo de mundo que dejaremos para las generaciones futuras. Pero hoy, y todos los días, me gustaría pediros, a cada uno de vosotros, según su capacidad, que os cuidéis los unos a los otros, que permanezcáis cerca unos de otros, que os respetéis mutuamente. Así encarnáis los valores más bellos de esta Ciudad: una comunidad unida que vive en armonía, que actúa no solo por la justicia, sino en un espíritu de justicia.

¡Gracias de nuevo por este encuentro! Le pido al Señor que os colme con sus gracias y sus bendiciones. Y os pido, por favor, que recéis por mí. ¡Gracias y hasta pronto!


SALUDO DEL SANTO PADRE
A LOS EMPLEADOS CAPITOLINOS CON SUS FAMILIAS

 

Queridos amigos:

Al final de mi visita al Capitolio, me complace saludar a quienes, de alguna manera, son la columna vertebral de la organización municipal. Os agradezco vuestra bienvenida y todo lo que habéis hecho para preparar este día.

La mayor parte del trabajo que hacéis no sale en las noticias. Ninguno de vosotros es noticia, pero hacéis cosas que sostienen. Detrás del escenario, vuestro compromiso diario hace posible la actividad ordinaria de la Municipalidad en favor de los ciudadanos y de los numerosos visitantes que vienen a Roma todos los días. Con vuestro trabajo, os esforzáis por salir al encuentro de las exigencias legítimas de las familias romanas, que en tantos aspectos, dependen de vuestra preocupación: ¡sed consciente de tanta responsabilidad! Sois trabajadores sobre el terreno, funcionarios, empleados en varias oficinas y departamentos múltiples de la administración pública, personal de limpieza, mantenimiento y seguridad. ¡Gracias por todo lo que hacéis!

Vuestro trabajo silencioso y fiel contribuye no solo al mejoramiento de la ciudad, sino que también tiene un gran significado para vosotros, personalmente, porque la forma en que trabajamos expresa nuestra dignidad y el tipo de personas que somos.

Os animo a continuar vuestra actividad al servicio de la Ciudad de Roma, de sus habitantes, de los turistas y peregrinos con generosidad y confianza. Rezaré por vosotros y por vuestras familias; y por favor, le pido a cada uno, que se acuerda de rezar un poco por mí. Dios os bendiga a todos. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26 de marzo de 2019.

 



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