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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS REPRESENTANTES DE LAS IGLESIAS CRISTIANAS PRESENTES EN IRAK,
CON OCASIÓN DEL PRIMER ANIVERSARIO DE SU VIAJE APOSTÓLICO

Lunes, 28 de febrero de 2022

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Queridos hermanos en Cristo:

Con emoción y alegría os encuentro aquí en Roma, representantes de las diferentes Iglesias cristianas en Irak, un año después de la visita, para mí inolvidable, a vuestro país. A través de vosotros, deseo extender mi cordial saludo a todos los pastores y fieles de vuestras comunidades, haciendo mías las palabras del apóstol Pablo: «A vosotros gracia y paz de parte de Dios» (Rm 1,7).

Vuestras tierras son tierras de inicios: inicios de las antiguas civilizaciones de Oriente Medio, inicios de la historia de la salvación, inicio de la historia de la vocación de Abraham. Son también tierras de los inicios cristianos: de las primeras misiones, gracias a la predicación del apóstol Tomás, de Addai y Mari y de sus discípulos, no solo en Mesopotamia, sino hasta el lejano Oriente.  Pero son también tierras de exilio: pensemos en el exilio de los Hebreos a Nínive, y al de Babilonia, del que nos hablan los profetas Jeremías, Ezequiel y Daniel, que sostuvieron la esperanza del pueblo desarraigado de su tierra. Pero también muchos cristianos de vuestra región fueron obligados al exilio: las persecuciones y las guerras, que se han ido sucediendo hasta nuestros días, han obligado a muchos de ellos a emigrar, trayendo a Occidente la luz del Oriente cristiano.

Queridos hermanos, si hago referencia a estos episodios de la historia bíblica y cristiana de vuestro país, es porque no son extraños a la situación actual. Vuestras comunidades pertenecen a la historia más antigua de Irak y han conocido momentos verdaderamente trágicos, pero han ofrecido valientes testimonios de fidelidad al Evangelio. Por esto doy gracias a Dios y os expreso a vosotros mi reconocimiento. Me inclino ante el sufrimiento y al martirio de aquellos que han custodiado la fe, también a costa de la vida. Como la sangre de Cristo, derramada por amor, ha traído reconciliación y ha hecho florecer la Iglesia, así la sangre de estos numerosos mártires de nuestro tiempo, pertenecientes a diferentes tradiciones, pero unidos en el mismo sacrificio, sea semilla de unidad entre los cristianos y signos de una nueva primavera de la fe.

Vuestras Iglesias, a través de las relaciones fraternas que existen entre ellas, han establecido múltiples vínculos de colaboración en el campo de la pastoral, de la formación y del servicio a los más pobres. Hoy existe una arraigada comunión entre los cristianos del país. Quisiera animaros a proseguir por este camino, para que, mediante iniciativas concretas, un diálogo constante y, lo que más cuenta, el amor fraterno, se den pasos adelante hacia la plena unidad. En medio a un pueblo que ha sufrido tantas laceraciones y discordias, los cristianos resplandezcan como un signo profético de unidad en la diversidad.

Queridísimos, con vosotros deseo afirmar una vez más que no es posible imaginar Irak sin los cristianos. Esta convicción no se basa solo en un fundamento religioso, sino en evidencias sociales y culturales. Irak sin los cristianos ya no sería Irak, porque los cristianos, junto a otros creyentes, contribuyen fuertemente a la identidad específica del país: un lugar en el que la convivencia, la tolerancia y la aceptación recíproca han florecido desde los primeros siglos: un lugar que tiene la vocación de mostrar, en Oriente Medio y en el mundo, la pacífica convivialidad de las diferencias. Por lo tanto, nada hay que dejar nada por intentar para que los cristianos sigan sintiendo que Irak es su casa, y que son ciudadanos de pleno derecho, llamados a dar su contribución a la tierra donde siempre han vivido. (cfr. Declaración común del Papa Francisco y del Catholicós-Patriarca Mar Gewargis III, 9 de noviembre de 2018, n.6). Por esto, queridos hermanos, Pastores del Pueblo de Dios, sed siempre abnegados y diligentes para asistir y consolar el rebaño. Estad cerca de los fieles encomendados a vuestros cuidados, testimoniando sobre todo con el ejemplo y con la conducta de vida evangélica la proximidad y la ternura de Jesús Buen Pastor.

Vosotros cristianos de Irak, que desde los tiempos apostólicos convivís con otras religiones, tenéis, hoy especialmente, otra vocación indispensable: el compromiso para que las religiones estén al servicio de la fraternidad. De hecho, «las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad» (Carta enc. Fratelli tutti, 271). Vosotros sabéis bien que el diálogo interreligioso no es cuestión de pura cortesía. No, va más allá. No es cuestión de negociación o de diplomacia. No, va más allá. Es un camino de fraternidad que tiende a la paz, un camino a menudo fatigoso pero que, especialmente en estos tiempos, Dios pide y bendice. Es un recorrido que necesita paciencia y comprensión. Pero nos hace crecer como cristianos, porque requiere la apertura del corazón y el compromiso de ser, concretamente, constructores de paz.

Entablar un diálogo es también el mejor antídoto al extremismo, que es un peligro para los seguidores de todas las religiones y una grave amenaza a la paz. Es necesario trabajar para erradicar las causas remotas de los fundamentalismos, de estos extremismo que arraigan más fácilmente en contextos de pobreza material, cultural y educativa, y son alimentados por situaciones de injusticia y de precariedad, como los que dejan las guerras. ¡Y cuántas guerras, cuántos conflictos, cuántas nefastas interferencias han golpeados vuestro país! Este necesita de un desarrollo autónomo y cohesionado, sin que, como demasiadas veces tristemente ha sucedido, sea dañado por intereses externos. Vuestro país tiene la propia dignidad, la propia libertad y no puede ser reducido a un campo de guerra.

Queridos hermanos en Cristo, sabed que estáis en mi corazón y en las oraciones de tantísimas personas. No os desaniméis: mientras muchos, a varios niveles, amenazan la paz, nosotros no apartemos la mirada de Jesús, Príncipe de la paz, y no nos cansemos de invocar su Espíritu, artífice de unidad. San Efrén, siguiendo las huellas de san Ciprián, comparó la unidad de la Iglesia a la “túnica inconsútil e indivisa” de Cristo (cfr. Himnos a la crucifixión VI , 6). A pesar de haber sido brutalmente despojado de sus vestidos, su túnica permaneció unida. También en la historia, el Espíritu de Jesús salvaguarda la unidad de los creyentes, a pesar de nuestras divisiones. Pedimos a la Santísima Trinidad, modelo de verdadera unidad que no es uniformidad, que fortalezca la comunión entre nosotros y entre nuestras Iglesias. ¡Podremos así corresponder al deseo vivo del Señor de que sus discípulos sean «uno» (Jn 17, 21)!

Os doy las gracias de corazón por haber venido y os propongo ahora recitar juntos la oración del Señor, cada uno en la propia lengua.



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