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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA DELEGACIÓN DE LA CONFERENCIA DE LOS  RABINOS EUROPEOS

Sala del Consistorio
Lunes, 6 de noviembre de 2023

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Queridos hermanos,

os saludo, dándoos una cordial bienvenida y agradeciéndoos vuestra amable visita. En el pasado, ya me he reunido en el Vaticano con vuestra organización, voces de los rabinos en Europa. Me alegra que hayamos logrado intensificar nuestras relaciones a lo largo del tiempo y en particular en los últimos años.

El primer pensamiento y la oración van sobre todo a lo que está sucediendo en las últimas semanas. Una vez más la violencia y la guerra han estallado en esa Tierra que, bendecida por el Altísimo, parece continuamente probada por la bajeza del odio y el ruido fatal de las armas. Y preocupa la difusión de manifestaciones antisemitas, que condeno firmemente.

Queridos hermanos, en la noche de los conflictos nosotros, creyentes en el único Dios, miramos a Aquel que el profeta Isaías llama «juez entre las gentes y árbitro entre muchos pueblos», añadiendo, casi como consecuencia de su juicio, una maravillosa profecía de paz: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Is  2,4). En este tiempo de destrucción nosotros creyentes estamos llamados, por todos y antes que todos, a construir la fraternidad y a abrir caminos de reconciliación, en nombre del Omnipotente que, como dice otro profeta, tiene «pensamiento de paz, y no de desgracia» (Jer  29,11). No las armas, no el terrorismo, no la guerra, sino la compasión, la justicia y el diálogo son los medios adecuados para edificar la paz.

Me detengo precisamente en el arte del diálogo. El ser humano que tiene una naturaleza social y encuentra en sí mismo el contacto con los otros, se realiza en la trama de las relaciones sociales. En este sentido no es solo capaz de diálogo, sino es él mismo diálogo. Suspendido entre Cielo y tierra, solo en diálogo con el Otro que lo trasciende y con el otro que acompaña los pasos, puede comprenderse y madurar. La palabra “diálogo” etimológicamente significa “a través de la palabra”. La Palabra del Altísimo es la lámpara que ilumina los senderos de la vida (cfr Sal  119,105): esta orienta nuestros pasos precisamente en la búsqueda del prójimo, en la acogida, la paciencia; no ciertamente en el brusco ímpetu de la venganza y en la locura del odio bélico. ¡Qué importante es, para nosotros creyentes, ser testigos de diálogo!

Si aplicamos estas constataciones al diálogo judeo-cristiano, podemos decir que nos acercamos los unos a los otros a través del encuentro, la escucha y el intercambio fraterno, reconociéndonos siervos y discípulos de esa Palabra divina, lecho vital en el que brotan nuestras palabras. Así que, para convertirse en edificadores de paz, estamos llamados a ser constructores de diálogo. No solo «si Yahveh no construye la casa, en vano se afanan los constructores» (Sal  127,1).

El diálogo con el judaísmo es de particular importancia para nosotros cristianos, porque tenemos raíces judías. Jesús nació y vivió como judío; Él mismo es el primer garante de la herencia judía dentro del cristianismo y nosotros, que somos de Cristo, necesitamos de vosotros, queridos hermanos, necesitamos del judaísmo para comprendernos mejor a nosotros mismos. Por eso es importante que el diálogo judeo-cristiano mantenga viva la dimensión teológica, mientras sigue afrontando cuestiones sociales, culturales y políticas.

Nuestras tradiciones religiosas están estrechamente conectadas: no son dos credos  extraños entre sí, desarrollados independientemente en espacios separados y sin influenciarse entre sí. El Papa Juan Pablo II, durante su visita a la Sinagoga de Roma, indicó que la religión judía no es extrínseca «sino de cierta manera, es “intrínseca” a nuestra religión». Os llamó «nuestros hermanos predilectos», «nuestros hermanos mayores» (Discurso , 13 de abril 1986). Se podría por tanto decir que el nuestro, más que un diálogo interreligioso, es un diálogo familiar. Cuando fui a la Sinagoga de Roma, dije que pertenecemos «a una sola familia, la familia de Dios, quien nos acompaña y nos protege como pueblo suyo» (Discurso , 17 de enero 2016).

Queridos hermanos, estamos unidos los unos a los otros delante del único Dios; juntos estamos llamados a testimoniar con nuestro diálogo su palabra y con nuestra conducta su paz. El Señor de la historia y de la vida nos dé la valentía y paciencia para hacerlo. Shalom!

 

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L'Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, Año LX, número 45, Viernes, 10 de noviembre de 2023, p. 3.



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