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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 4 de julio de 1982

 

1. "A ti levanto mis ojos, oh Dios" (Sal 123 [122], 1).

La Iglesia pronuncia estas palabras en la liturgia del domingo de hoy. En ellas se expresa algo así como un ritmo interior de nuestra intimidad con Dios: levantamos los ojos a Dios con la oración. Lo hacemos interrumpiendo el trabajo tres veces al día a lo largo de la jornada y rezando el Ángelus.

Y así hacemos muchas veces cuando (como dice el mismo Salmo en el v. 4) "estamos saciados" de sufrimientos, incertidumbres y penas. Entonces buscamos el apoyo de Dios. Comenzamos a orar hasta sin palabras: elevamos los ojos a Dios, elevamos el alma y todo nuestro ser. Con la oración se expresa enteramente la modalidad cristiana de nuestra existencia.

2. En la liturgia de este domingo nos habla el Apóstol Pablo y sus palabras merecen una reflexión de parte nuestra. "Muy a gusto presumo de mis debilidades porque así residirá en mí la fuerza de Cristo... Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12, 9-10).

Así escribe de sí mismo hombre que experimentó personalmente y de modo particular el poder de la gracia de Dios. Orando en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9).

La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.

Este es el ritmo auténtico de la vida interior del cristiano. El Señor nos habla a cada uno como habló al Apóstol: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad".

3. Cuando rezamos el Ángelus, meditamos sobre el momento supremo de la colaboración con la gracia de Dios en la historia del hombre. María, al decir: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38) y aceptar la maternidad del Verbo encarnado une de modo particularísimo su debilidad humana con el poder de la gracia. Por ello, cuando manifiesta sus temores humanos, oye estas palabras: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35).

4. Al rezar el Ángelus admiramos la plenitud de la gracia y la plenitud de la colaboración con la gracia en la Virgen de Nazaret.

Al recitar el Ángelus, pidamos colaborar constantemente con la gracia de Dios.

Pidámoslo para nosotros mismos y para cada hombre sin excepción "¿Qué aprovecha al hombre (a todo hombre) ganar todo el mundo si pierde su alma?" (Mt 16, 26).



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