Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Solemnidad de Todos los Santos
Lunes 1 de noviembre de 1993

 

1. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8).

Esta bienaventuranza evangélica resuena en la liturgia de hoy, solemnidad de Todos los Santos, y nos pone en sintonía espiritual con esa multitud de limpios de corazón que en el paraíso contemplan a Dios y cantan sus alabanzas.

Ver a Dios es el gran anhelo del corazón humano. Con frecuencia, el hombre no toma conciencia de ese deseo, porque se halla trastornado por el vértigo de las realidades que pasan. Su misma estructura es la que lo proyecta hacia lo infinito, haciéndolo capaz de Dios y necesitado de Él. «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Al escribir estas palabras, san Agustín no sólo revelaba su experiencia personal de convertido, sino que se hacía también intérprete de la condición humana.

2. La celebración de hoy, a la vez que nos lleva a compartir el gozo de los santos, nos ayuda a tomar mayor conciencia de nuestra vocación a la santidad: «Todos los fieles, de cualquier estado o condición —ha recordado el Concilio—, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Lumen gentium, 40).

El camino de acercamiento a esa meta pasa a través del cumplimiento generoso de la ley de Dios (cf. Mt 7, 21). En la reciente encíclica Veritatis splendor recordé que «los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor» (Veritatis splendor, n. 15).

El cristiano es esencialmente un llamado a la santidad y la norma de su vida es Cristo mismo: «El modo de actuar de Jesús y sus palabras, sus acciones y sus preceptos constituyen la regla moral de la vida cristiana» (ib., 20).

3. Virgen María,
Reina de los santos
y modelo de santidad,
tú exultas hoy
con la inmensa legión
de los que han lavado sus vestiduras
con la «sangre del Cordero» (Ap 7, 14).

Tú eres la primera de los salvados,
la totalmente santa, la Inmaculada.

Ayúdanos a vencer nuestra mediocridad.
Infunde en nuestro corazón
el deseo y el propósito de la perfección.
Suscita en la Iglesia,
para bien de los hombres de hoy,
una gran primavera de santidad
.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana