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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 19 de diciembre de 1993

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. A pocos días de la Navidad, la liturgia nos presenta el conocido y sugestivo diálogo de la Anunciación, en el que el ángel Gabriel revela a María el misterio de la Encarnación: «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31).

En el seno de la Virgen, el Hijo de Dios se hace hombre. Desde el primer instante de su concepción, el yo eterno del Verbo, en diálogo eterno con el Padre dentro de la inefable comunión trinitaria, hace suya la naturaleza humana que brota en el cuerpo inmaculado de su Madre. Esta unidad profunda de la humanidad y de la divinidad en la persona del Verbo permite a la Iglesia atribuir a María el título de «Theotókos»: Madre de Dios. María es en verdad, como la llama el ángel, «llena de gracia».

2. La concepción del Hijo de Dios en su seno es, ciertamente, un acontecimiento único e irrepetible. Pero, indirectamente, arroja luz también sobre la dignidad del hombre, de todo ser humano desde el momento de su concepción en el seno materno.

Ahora que nos preparamos para celebrar el Año de la familia, que comenzará precisamente el próximo domingo, 26 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia me complace detenerme a reflexionar en la grandeza de este misterio. En la concepción del ser humano no nos hallamos ante un puro hecho biológico; se trata del momento en que comienza a existir un hombre. En efecto, la ciencia demuestra que en el fruto de la concepción «queda fijado el programa de lo que será este ser viviente: un hombre, individual con sus notas características ya bien determinadas» (Congregación para la doctrina de la fe Declaración sobre el aborto provocado, n. 13 cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 1974, p. 10). Desde esa existencia embrionaria, hasta la plena madurez física y espiritual, se produce un desarrollo continuo y orgánico. Esta evidente proyección del embrión hacia su futuro impide que se le trate como pura materia biológica ya que, en el plan divino sobre el hombre la precisa «individualidad» biológica, acogida en el seno materno, es acogida también por el amor omnipotente de Dios, que interviene para dotarla de un alma inmortal. Ésta última en efecto, como principio de la persona, es creada inmediatamente por Dios (cf. Pío XII, Humani generis; Dz-Sch., 3.896). De ahí se sigue que al ser humano, incluso al más frágil, protegido a la vez por el calor del seno materno y por el amor creador de Dios, se le debe brindar el respeto debido a toda persona humana.

3. Virgen santísima, tú viviste mejor que cualquier otra mujer el misterio sublime de la maternidad. Mientras la fe te impulsaba a acoger la Palabra del Señor, tu cuerpo se convertía en espacio fecundo para su encarnación.

Ayúdanos, Madre, a percibir cada vez más profundamente la dignidad de todo ser humano. Haz que tomen clara conciencia de esa dignidad los hombres y las mujeres llamados a la excelsa vocación de la paternidad y la maternidad, para que sean siempre "santuario de la vida" mediante el prodigio de la generación, confiado por Dios a la autenticidad de su amor fiel y a su vigilante responsabilidad.



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