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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 6 de marzo de 2005

 

Meditación mariana de Juan Pablo II, leída por monseñor Leonardo Sandri

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. También hoy deseo renovar ante todo la expresión de mi gratitud por tantos signos de afecto que me llegan. En particular, pienso en los numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y grupos de fieles, en los embajadores y en las delegaciones ecuménicas que han venido durante estos días al policlínico Gemelli.

Deseo manifestar un agradecimiento especial por la cercanía de los creyentes de otras religiones, particularmente judíos y musulmanes. Algunos de ellos han querido venir a rezar aquí, en el hospital. Este es para mí un signo consolador, por el que doy gracias a Dios.

2. Continuamos juntos la preparación para la Pascua, ofreciendo a Dios también el sufrimiento por el bien de la humanidad y por nuestra purificación. En la página evangélica de hoy, Cristo, curando al ciego de nacimiento, se presenta como "la luz del mundo" (Jn 9, 5). Ha venido para abrir los ojos del hombre a la luz de la fe. Sí, queridos hermanos, la fe es luz que guía en el camino de la vida, es llama que conforta en los momentos difíciles.

3. Cuando nace un niño, se dice que "viene a la luz". Para los creyentes, nacidos a la vida sobrenatural con el bautismo, la Cuaresma es tiempo favorable para "venir a la luz", es decir, para renacer por el Espíritu, renovando la gracia y el compromiso bautismales. Que María santísima nos ayude a obtener de Cristo el don de una fe cada vez más clara y más fuerte, para que seamos testigos coherentes y valientes de su Evangelio.

 



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