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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 20 de noviembre de 1991

 

La Iglesia, cuerpo de Cristo

(Lectura:
1a. carta de san Pablo a los Corintios, capítulo 10, versículos 15-17)

1. San Pablo utiliza la imagen del cuerpo para representar la Iglesia: «En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Co 12, 13). Es una imagen nueva. Mientras el concepto de «pueblo de Dios», que hemos explicado en las últimas catequesis, pertenece al Antiguo Testamento, y es recogido y enriquecido en el Nuevo, la imagen de «cuerpo de Cristo», empleada también por el concilio Vaticano II al hablar de la Iglesia, no tiene precedentes en el Antiguo Testamento. Se encuentra en las cartas de san Pablo, a las que acudiremos, sobre todo, en esta catequesis. Muchos exégetas y teólogos de nuestro siglo han estudiado esa imagen en san Pablo, en la tradición patrística y teológica ―que deriva de él― y en la validez que posee para presentar a la Iglesia hoy. También el Magisterio pontificio la ha recogido, y el Papa Pío XII le dedicó una memorable encíclica, titulada precisamente Mystici Corporis Christi (1943).

Conviene notar, asimismo, que en las cartas de san Pablo no encontramos el calificativo «místico», que aparecerá sólo más tarde; en las cartas paulinas se habla del «cuerpo de Cristo», estableciendo simplemente una comparación realista con el cuerpo humano. En efecto, escribe el Apóstol que «del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo» (1 Co 12, 12).

2. El Apóstol, con esas palabras, quiere poner de relieve la unidad y, al mismo tiempo, la multiplicidad que es propia de la Iglesia. «Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros» (Rm 12, 4-5). Se podría decir que, mientras el concepto de «pueblo de Dios» subraya la multiplicidad, el de «cuerpo de Cristo» «destaca la unidad dentro de la multiplicidad, indicando sobre todo el principio y la fuente de esa unidad: Cristo. «Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros» (1 Co 12, 27). «También nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo» (Rm 12, 5). Por consiguiente, pone de relieve la unidad Cristo-Iglesia, y la unidad de los muchos miembros de la Iglesia entre sí, en virtud de la unidad de todo el cuerpo con Cristo.

3. El cuerpo es el organismo que, precisamente por ser organismo, expresa la necesidad de cooperación entre los diversos órganos y miembros en la unidad del conjunto, compuesto y ordenado de esa manera, según san Pablo, «para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros» (1 Co 12, 25). «Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables»(1 Co 12, 22). Y el Apóstol llega incluso a decir que «somos miembros los unos de los otros» (Rm 12, 5) en el cuerpo de Cristo, la Iglesia. La multiplicidad de los miembros y la variedad de las funciones no pueden ir en perjuicio de la unidad, así como la unidad no puede anular o destruir la multiplicidad y la variedad de los miembros y de las funciones.

4. Es una exigencia de armonía «biológica» del organismo humano que, trasladada a modo de analogía al plano eclesiológico, indica la necesidad de la solidaridad entre todos los miembros de la comunidad-Iglesia. En efecto, escribe el Apóstol: «Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo» (1 Co 12, 26).

5. Se puede decir, por tanto, que el concepto de Iglesia como «cuerpo de Cristo» es complementario con respecto al concepto de «pueblo de Dios». Se trata de la misma realidad, expresada según los dos aspectos de unidad y de multiplicidad, con dos analogías diversas.

La analogía del cuerpo pone de relieve sobre todo la unidad de vida: los miembros de la Iglesia se hallan unidos entre sí en virtud del principio de la unidad en la idéntica vida que proviene de Cristo. «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo» (1 Co 6, 15). Se trata de la vida espiritual, más aún, de la vida en el Espíritu Santo. Cristo ―como leemos en la constitución conciliar sobre la Iglesia― «a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su Espíritu» (Lumen gentium, 7). De este modo, Cristo mismo es «la cabeza del cuerpo, de la Iglesia» (Col 1, 18). La condición para participar en la vida del cuerpo es la unión con la cabeza, «de la cual todo el cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios» (Col 2, 19).

6. El concepto paulino de «cabeza» (Cristo-cabeza del cuerpo que es la Iglesia) significa en primer lugar el poder que le pertenece sobre todo el cuerpo: un poder supremo, a propósito del cual leemos en la carta a los Efesios que Dios «bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia» (Ef 1, 22). Como cabeza, Cristo transmite a la Iglesia, cuerpo su vida divina, a fin de que crezca «en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor» (Ef 4, 15-16).

Como cabeza de la Iglesia, Cristo es el principio y la fuente de cohesión entre todos los miembros del cuerpo (cf. Col 2, 19). Es el principio y la fuente de crecimiento en el Espíritu: de él todo el cuerpo recibe el crecimiento para su edificación en el amor (cf. Ef 4, 16). Por eso el Apóstol exhorta a ser «sinceros en el amor» (Ef 4, 15). El crecimiento espiritual del cuerpo de la Iglesia y de cada uno de sus miembros es un crecimiento «desde Cristo» «(principio) y, al mismo tiempo, «hacia Cristo» (fin). Nos lo dice el Apóstol, cuando completa su exhortación así: «Siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la cabeza, Cristo» (Ef 4, 15).

7. Debemos añadir también que la doctrina de la Iglesia como cuerpo de Cristo-cabeza tiene una relación muy íntima con la Eucaristía. En efecto, el Apóstol pregunta: «La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (1 Co 10, 16). Se trata, desde luego, del cuerpo personal de Cristo, que recibimos de modo sacramental en la Eucaristía bajo la especie del pan. Pero, siguiendo su idea, san Pablo responde a la pregunta planteada: «Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1 Co 10, 17). Y este «un solo cuerpo» son todos los miembros de la Iglesia, unidos espiritualmente a la cabeza, que acaba de identificar con Cristo en persona.

La Eucaristía, como sacramento del cuerpo y la sangre personal de Cristo, forma la Iglesia, que es el cuerpo social de Cristo en la unidad de todos los miembros de la comunidad eclesial. Baste por ahora esta breve explicación de una admirable verdad cristiana, sobre la cual hemos de volver cuando, Dios mediante, tratemos sobre la Eucaristía.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora dirigir mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, a los sacerdotes y demás almas consagradas aquí presentes a quienes aliento en su generoso servicio a Dios y a la Iglesia.

Mi más cordial bienvenida a las personas, familias y grupos procedentes de España y de los diversos países de América Latina, entre los cuales se encuentran peregrinos de Michoacán (México) y de Buenos Aires.

A todos imparto con gran afecto mi bendición apostólica.



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