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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA FAMILIA DEL AMOR MISERICORDIOSO


Viernes 2 de enero de 1981

 

Es motivo de alegría para mí reunirme con vosotros al alba de este año nuevo, para celebrar juntos el gozo y la munificencia del amor misericordioso del Señor, fuente única e inagotable de nuestra profunda confianza en un porvenir más cristiano y, por ende, más correspondiente a la altísima dignidad del nombre.

Os ofrece ocasión para esta audiencia especial el cincuentenario de fundación de las religiosas Esclavas del Amor Misericordioso, que comenzaron su vida religiosa junto a la gruta del Salvador divino en las dulzuras del ambiente navideño de 1930, para dedicarse con obras de caridad verdadera al testimonio generoso del mensaje divino de bondad y misericordia que constituye la nota dominante y característica de la congregación.

Vosotras, Esclavas del Amor Misericordioso, juntamente con los Hijos del Amor Misericordioso, formáis la Familia del Amor Misericordioso, dedicada enteramente a llegar a muchos corazones con una palabra persuasiva que diga lo bueno que es el Señor y cuán grande su amor al hombre y, en particular, al hombre de hoy.

"La mentalidad contemporánea... parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a dejar al margen de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de misericordia" (Dives in misericordia, 2). Pero todos vosotros estáis dedicados a anunciar a Jesucristo y dar testimonio de El, Verbo de Dios e Hijo de María, que ha hecho visible en Sí la misericordia de Dios y es la misma personificación y encarnación de este sublime atributo, amoroso y humanísimo, de la divinidad. En Jesús se hace particularmente visible Dios como Padre, rico en misericordia (cf. Ef 2, 4).

Vosotros os presentáis, en efecto, con un emblema, el de Cristo crucificado y Cristo hostia, que plasma las expresiones más sublimes de la entrega y amor de Jesús; y habéis hecho particularmente vuestra su invitación: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).

El hombre tiene íntimamente necesidad de encontrarse con la misericordia de Dios hoy más que nunca, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; y sobre todo para hacer la experiencia espiritual de ese Amor que acoge, vivifica y resucita a vida nueva. En las varias formas de vuestro apostolado, en la acogida de toda clase de pobreza espiritual y material, y precisamente por vuestro carisma de profesión religiosa, deseáis fomentar dicho encuentro del hombre moderno con la bondad del Señor. También en vuestra actuación en favor del clero, que incluye formas concretas de atención y promoción cultural y formativa, os movéis con este espíritu de fondo, con esta marca de nacimiento —diría yo—, la de ayudar a los otros a experimentar la bondad divina para 6er fervientes propagadores de la misma. En efecto, es más aplicable aún al sacerdote lo que cíe dice para todo hombre: "Experimentando él la misericordia, es también en cierto sentido el que manifiesta contemporáneamente la misericordia" (Dives in misericordia, 8).

Habéis querido reiterar varias veces vuestro júbilo por la reciente Encíclica, en la que habéis encontrado como una ratificación y confirmación de vuestra vocación de Familia del Amor Misericordioso. A la vez que os doy las gracias por vuestros sentimientos de fidelidad, estoy agradecido al Señor con vosotros por los motivos de aliento, estímulo y alegría que recibís de tal documento, por circunstancia providencial.

Ánimo, queridos hermanos y hermanas. El mundo está sediento de la misericordia divina, aun sin saberlo; y vosotros estáis llamados a proporcionar esta agua prodigiosa y curativa de alma y cuerpo.

La Madre de la Misericordia, que veneráis con el título particular de "María Mediadora", os haga cada vez más conscientes de su maternidad, que "perdura sin interrupción desde el momento de su asentimiento fielmente prestado en la Anunciación", y os haga a todos, Esclavas e Hijos del Amor Misericordioso, apóstoles, artífices y servidores de la bondad y misericordia divinas.

Os acompaño con mi bendición.

 



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