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PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO


Sala Pablo VI
Sábado 1 de marzo de 1997

 

Os dirijo un saludo cordial a todos vosotros, aquí presentes, y a cuantos se han unido a nosotros, mediante la radio y la televisión, para este momento de oración mariana.

Saludo con afecto a los numerosos universitarios de Roma. Queridos jóvenes, me alegra vuestra presencia y os agradezco el haber animado el rezo del santo rosario mediante una reflexión previa sobre la encíclica Redemptor hominis. Cuando la escribí, al inicio de mi ministerio petrino, sentía profundamente la urgencia de impulsar a la Iglesia y a todos los hombres a caminar con fe y esperanza, porque Cristo es el centro de la historia. Con él, el hombre no debe temer, porque participa en su victoria sobre el mal y sobre la muerte. Por eso, el primer llamamiento que dirigí al mundo fue precisamente éste: «No tengáis miedo de abrir las puertas a Cristo». Estas palabras os las repito hoy a vosotros, jóvenes, esperanza de la Iglesia y de la humanidad, para que os guíen en vuestra vida y en el compromiso misionero entre vuestros coetáneos.

Que la experiencia del encuentro de hoy refuerce en vosotros la devoción y el afecto por María, Madre de la Sabiduría: ella os guía a Cristo, Redentor del hombre. Os acompaño en vuestras actividades y os deseo, en particular, que tengáis éxito en vuestro segundo Congreso diocesano de universitarios, programado para el próximo 19 de abril. De manera particular, doy las gracias a los jóvenes y al maestro del coro interuniversitario, y a todos los que os acompañan en vuestro camino formativo y misionero.

Me alegra acoger también al numeroso grupo del instituto «Regina Mundi», de Roma. Queridas religiosas, bendigo de corazón vuestro compromiso de estudio, para que os enriquezca a cada una de vosotras y vuestro servicio apostólico.

Saludo, asimismo, a los fieles de la parroquia de San Bartolomé de Trino Vercellese, a los miembros del Movimiento por la vida de Cervia, así como a los alumnos de las escuelas «Santa Dorotea » de Montecchio (Reggio Emilia) y «Santísima Virgen» de Roma, con las religiosas y los padres.

Os deseo a todos una buena Cuaresma y una buena Pascua.

 



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