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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL PONTIFICIO COLEGIO IRLANDÉS DE ROMA

Sábado 28 de marzo de 1998

 

Excelencia;
queridos hermanos sacerdotes;
queridos seminaristas:

Me da gran alegría recibir al rector, a los superiores y a los estudiantes del Colegio irlandés, acompañados por el arzobispo de Armagh, con ocasión del quincuagésimo aniversario de la concesión del título de Colegio pontificio. Me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por todo lo que el Colegio ha representado para la Iglesia en Irlanda y para la comunidad irlandesa en Roma desde su fundación en 1628 y, especialmente, en estos últimos cincuenta años. Basta recordar los nombres de quienes han estado relacionados con el Colegio para formarse una idea de su rico patrimonio espiritual y cultural: sus fundadores, el cardenal Ludovico Ludovisi y el padre Luke Wadding; su mártir, san Oliver Plunkett; el primer cardenal de Irlanda, Paul Cullen; y el escritor de espiritualidad, dom Columba Marmion. Su ejemplo de santidad y celo debería servir de inspiración, especialmente a vosotros, seminaristas, que os preparáis para dar a conocer mejor el Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Vuestros años en Roma os permiten experimentar, en primer lugar, la dimensión universal de la Iglesia y profundizar los vínculos de comunión que os unen con el Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. El estudio de la filosofía y la teología, el descubrimiento de los monumentos cristianos de esta ciudad, y el contacto diario con los cristianos de muchos países enriquecen vuestra comprensión de la fe católica.

Como futuros maestros de la fe, debéis ser capaces de afrontar la complejidad de los tiempos y responder a las cuestiones fundamentales que afectan a la vida de las personas, cuestiones que sólo pueden encontrar una respuesta total y definitiva en el evangelio de Jesucristo (cf. Pastores dabo vobis, 56).

Sobre todo, tenéis que ser hombres de oración. Para poder guiar a los demás hacia Cristo, necesitáis una profunda intimidad con él, que sólo es posible pasando tiempo en su compañía. Los años del seminario deberían ser un tiempo de meditación fiel sobre la palabra de Dios y de participación activa en los sacramentos y en el Oficio divino. Especialmente en la misa, en la que los irlandeses han hallado siempre fuerza espiritual para vivir los períodos de mayores pruebas (cf. Homilía en el parque de Fénix, 29 de septiembre de 1979, n. 1), crecéis en amistad con Cristo y recibís la fuerza interior para responder generosamente a su llamada.

Pido a Dios que el Pontificio Colegio Irlandés siga cumpliendo su misión de formar sacerdotes impregnados del amor a Dios y de celo por la difusión del Evangelio. Acordaos de la recomendación de san Patricio: Ut Christiani ita et Romani sitis!

Encomendándoos a vosotros y a vuestras familias a la intercesión de María, Reina de Irlanda, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.



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