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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS RELIGIOSOS LEGIONARIOS DE CRISTO
Y A LOS MIEMBROS DEL MOVIMIENTO "REGNUM CHRISTI"

Jueves 4 de enero de 2001

 

Amadísimos Legionarios de Cristo;
amadísimos miembros del Movimiento
Regnum Christi: 

1. Me alegra profundamente saludaros con ocasión de vuestra peregrinación jubilar a Roma, durante la cual celebráis el 60° aniversario de fundación. Procedéis de diversas naciones del mundo:  os saludo a todos y cada uno, deseándoos que este aniversario constituya un firme y fuerte apoyo para vuestra fe en el Señor Jesús y para vuestra decisión de dar testimonio de él ante los hermanos.

Saludo con especial afecto a vuestro queridísimo fundador, el padre Marcial Maciel, al que felicito vivamente por esta cita significativa, a la vez que le agradezco cordialmente las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. He apreciado, en particular, la confirmación que ha expresado de la fidelidad al Sucesor de Pedro que os distingue. A través de la comunión con el Papa se testimonia vuestra plena inserción en el misterio de la unidad de la Iglesia.

2. En estos días, habéis querido agradecer a Dios todos los bienes que ha derramado sobre vuestra familia espiritual. Volviendo la mirada hacia atrás, hacia el 3 de enero de 1941, cuando surgía incipientemente en la Ciudad de México esta obra, os habéis dado cuenta de cómo esa pequeña semilla que el Sembrador divino quiso arrojar en la tierra de unos cuantos corazones jóvenes, ahora es un árbol frondoso (cf. Mt 13, 32) que acoge en su seno a numerosos sacerdotes, consagrados y laicos cuyo ideal es entregar su vida por la extensión del Reino de Cristo en el mundo.

Habéis venido a Roma, en el marco del Año jubilar, para renovar vuestra fe en Jesucristo. El carácter cristocéntrico de vuestra espiritualidad os ayuda a penetrar más profundamente en el sentido de este jubileo que ha propuesto a nuestra meditación el misterio de la Encarnación y la persona de Jesucristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8). Anunciar a Cristo al mundo de hoy, en los diversos sectores de la sociedad, es vuestro ideal apostólico. Pero para predicar a Cristo es preciso haber tenido, como san Pablo, una honda experiencia de su amor, de manera que se pueda decir con él:  "la vida que vivo al presente en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí" (Ga 2, 20). Os animo a que, como lo indica vuestro lema:  "¡Venga tu Reino!", no cejéis nunca en la ilusión de trabajar sin descanso a fin de que el Reino de amor, de gracia, de justicia y de paz se haga realidad en las personas y en la sociedad. Ojalá que uno de los principales frutos de esta intensa experiencia espiritual en Roma sea renovar en vuestra alma el amor sincero a Jesucristo, de manera que podáis hacer partícipes a otros muchos hombres y mujeres la dicha de esta singular amistad con él.

3. La fe en la persona de Jesucristo os conduce a amar apasionadamente a la Iglesia, sacramento universal de salvación y continuadora de su obra a través de la historia. Por ello queréis alimentar vuestro carisma espiritual y apostólico de la gran linfa de vida que corre por su Cuerpo, viviendo un especial espíritu de comunión eclesial con el Sucesor de Pedro y los demás pastores de las Iglesias particulares. Seguid difundiendo, como lo habéis hecho hasta ahora, e incluso con renovado celo, el magisterio y la doctrina de la Iglesia, tanto a través de las numerosas iniciativas que con este fin han surgido entre vosotros en estos sesenta años de vida, como de otras muchas más que vuestro ardor apostólico tenga la audacia de suscitar para el bien de las almas.

4. Uno de los rasgos espirituales más importantes de vuestro servicio en la Iglesia es el compromiso por el espíritu de auténtica caridad evangélica. En la última Cena el Señor afirmó claramente y para todos los tiempos que el amor fraterno debería ser el rasgo distintivo de sus discípulos:  "En esto conocerán todos que sois mis discípulos:  si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35). Habéis querido afrontar este desafío evangélico, poniendo un énfasis especial en la cordialidad fraterna de vuestras relaciones interpersonales y promoviendo el espíritu de caridad en el pensamiento y en las palabras, silenciando los errores de los demás y ponderando sólo sus actos positivos y provechosos. Que el Señor os conserve en este espíritu, ayudándoos a testimoniar de todas las maneras posibles la caridad cristiana que san Pablo  describió  tan  magistralmente en el célebre Himno a la caridad de su primera carta a los Corintios (cf. 1 Co 13, 4-8).

Otro rasgo que distingue vuestro carisma es el celo apostólico. Lo mostráis en todas las obras que habéis emprendido, especialmente en la educación, en la evangelización, en las comunicaciones sociales, en la difusión de la doctrina social de la Iglesia, en la promoción cultural y humana de los pobres y en la formación de los sacerdotes diocesanos.

En todo ello os esforzáis por seguir la guía del Espíritu Santo, que renueva constantemente la faz de la Iglesia con dones y carismas que la enriquecen y fortalecen. En un mundo secularizado como el nuestro, basado en gran parte en el desinterés por la verdad y los valores trascendentes, la fe de muchos hermanos y hermanas nuestros se ve sometida a dura prueba.

Por este motivo, hoy es más necesaria que nunca una proclamación confiada del Evangelio que, desechando todos los miedos paralizantes, anuncie con profundidad intelectual y con intrepidez la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo. A vosotros, Legionarios de Cristo y miembros del Regnum Christi, os repito las palabras de santa Catalina de Siena que propuse a los jóvenes con ocasión de la Jornada mundial de la juventud:  "Si sois lo que tenéis que ser, ¡prenderéis fuego al mundo entero!".

5. Abrid las puertas de vuestra alma con generosidad a esta invitación. Me dirijo, en particular, a los que Cristo llama a seguirlo con una entrega total en el sacerdocio y en la vida consagrada. La Virgen santísima, llena de Espíritu Santo y peregrina en la fe, os ayude a realizar vuestros propósitos.

Al volver a vuestra casa para reanudar vuestras ocupaciones diarias, sabed que el Papa os acompaña y ora por vosotros, para que seáis fieles a vuestra vocación cristiana y a vuestro carisma específico. Que el Espíritu Santo dilate vuestros corazones, haciéndoos valientes mensajeros del Evangelio y testigos de Cristo resucitado, Redentor y Salvador del mundo.

Con afecto os bendigo a todos.

 



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