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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

 Miércoles 5 de febrero de 1964

 

(En francés)

Plenamente felices damos la bienvenida esta mañana entre los numerosos peregrinos llegados a esta audiencia, a un importante grupo de misioneros de África.

Apreciados Padres blancos, como usualmente se os llama, Nos es grato expresar esta mañana públicamente nuestra admiración por la obra que realizáis en África con inteligencia a pesar de las dificultades y los disturbios en que está envuelto este inmenso continente.

Sabed que la Iglesia os debe gratitud por vuestra intrépida labor y por la constante generosidad con que os consagráis a vuestra tarea de evangelización. Por vuestro ministerio es anunciada la palabra de Dios y la Iglesia manifiesta su aspecto católico, recibiendo la contribución irremplazable de nuevas y jóvenes cristiandades. También sentimos la obligación, muy dulce, de felicitaros, de alentaros, de bendecir vuestros trabajos apostólicos.

También queremos en estos días que nos traen dolorosas noticias de África, elevar nuestra oración al Príncipe de la Paz para suplicarle que escuche el clamor de nuestros corazones.

Que todas las almas de buena voluntad se unan a nuestras súplicas para que cese la violencia y se restablezca prontamente una justa paz en el continente africano.

Estas son, queridos hijos, las intenciones que os ofrecemos para vuestra oración. Colmados de estos sentimientos, dentro de unos instante a todos os daremos nuestra bendición apostólica.

También acogemos con gozo a los participantes del Congreso internacional que estudia los aspectos científicos y técnicos de los problemas de documentación. Gustoso saludamos aquí a personas que, respondiendo a la invitación del “Comité Nacional de la Prosperidad”, han venido de muchos países, por un lado, para confrontar los diversos métodos empleados por los Centros de documentación extendidos por el mundo y, por otro lado, para desarrollar las posibles colaboraciones entre los diferentes Centros.

Vuestras investigaciones, apreciados señores, se han desarrollado singularmente en el curso de los últimos años y ofrecen gran interés, pues su meta amplifica en cierto sentido la memoria humana por la conjunción de los medios más tradicionales con las técnicas más recientes de la ciencia electrónica.

Os felicitamos, pues, por vuestras actividades y deseamos a vuestro Congreso toda clase de fecundidad en sus resultados. Perseverando generosamente en vuestros trabajos, con espíritu de cooperación fraterna contribuiréis a una mejor empresa de la humanidad en el plano de la creación que se inscribe en el plan providencial y contribuye a una más alta y más total gloria de los hombres al Creador. Animado de estos sentimientos, os concedemos, estimados señores, a vosotros y a vuestras familias, una paternal bendición apostólica.

(En italiano)

Queridos hijos e hijas:

El saludo que precede a nuestra bendición está repleto de afectuosas intenciones para vosotros, para vuestra santificación y vuestra felicidad y para que se cumplan todos vuestros buenos deseos y contéis con los mejores consuelos. El Señor sabe que estas intenciones llegan hasta Él en forma de oración, para encontrar eficacia en su misericordiosa bondad.

Pero una de estas intenciones merece que le hagamos una mención especial; se refiere al deseo que tenemos de dejar en vuestros corazones una feliz impresión de esta breve, pero grande y hermosa audiencia. No queremos fijar en vuestra mente y en vuestra memoria nuestra humilde persona; no es esto. Nos preocupa, ante todo, que llevéis un concepto exacto y luminoso de vuestro encuentro con el Papa.

Torna entonces a nuestro espíritu la pregunta que en estos momentos domina vuestros pensamientos: ¿Quién es el Papa? Nos, creemos que vosotros estáis interiormente formulando una respuesta, que es menos sencilla y menos fácil de lo que puede parecer a primera vista. ¿Quién es el Papa? Os suplicamos, como decíamos, que no contéis para vuestra respuesta con nuestro nombre y apellido de origen que no os daría un concepto adecuado, sino que pongáis vuestro pensamiento en el Señor, que quiso Él mismo definir a la persona que Él mismo escogió como al primero de sus discípulos por la función y por la misión que el Señor le confió: dejaría de ser llamado Simón, hijo de Jonás, su nombre de nacimiento, se llamaría Pedro, su nombre de oficio; donde es evidente que Cristo dio a su discípulo una particular virtud y un oficio especial, representados una y otro en la imagen de la piedra, de la roca, de la peña; la virtud de la firmeza, de la solidez, de la estabilidad, de la inamovilidad, de la indefectibilidad, a lo largo del tiempo y de los azares de la vida, y el oficio de ser el fundamento, el contramaestre, el sostén, como Cristo mismo dijo en la última cena al mismo Pedro: “Confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32). Pedro debía ser la base sobre la que toda la Iglesia del Señor había de edificarse. El pensamiento del Señor es clarísimo, y es lo que llena de maravilla y singularidad al Papado. Para quien tenga algún conocimiento o alguna experiencia de la fragilidad de las cosas humanas la palabra de Cristo a Pedro se le manifiesta en su audacia divina, que vence a la debilidad humana y desafía la caducidad de las edificaciones apoyadas sobre la arena del tiempo. Un milagro de equilibrio, de resistencia, de vitalidad, que encuentra su explicación en la presencia de Cristo, en la persona de Pedro.

Esto, hijos carísimos, es lo que la visita al Papa ha de dejar fijo en vuestras almas, la impresión; más aún, el estupor y el gozo de un encuentro con el Vicario de Cristo.

Hay que recordar que en la Sagrada Escritura esta figura de la piedra se refiere, en primer lugar, a Dios, como aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento; luego es referida al Mesías, a Cristo mismo, piedra angular (Mt 21, 42). San Pedro también lo recordó en su primera carta llamando a Cristo piedra viva y angular (2, 4-6), pero fue Cristo el que atribuyó la figura de la piedra al Príncipe de los Apóstoles. San León Magno dice bien: Cristo quiso que Pedro llevase el nombre que lo definía a Él mismo, a Cristo: “id quod Ipse eral voluit [Petrum] nominari” (Epíst., X, I PL, 54, 629).

La audiencia del Papa debe haceros meditar en el designio de Dios, en las ideas de Cristo sobre la función de su Vicario para comprender y confirmar nuestra común vocación de católicos, de hijos de la Iglesia, de hombres que viven y conocen el gran plan de la salvación, que la divina bondad ofrece al mundo.

Esto, en suma, es lo que deseamos para vuestro bien espiritual en estos momentos, no ciertamente, decíamos, para hacer una apología de Nos mismo, a quien viene muy bien también otro nombre, el “de siervo de los siervos de Dios”; sino para hacer una apología de los designios divinos y para augurar que sean luz y salvación para vosotros.

Animado de estos votos, a todos os concedemos de corazón nuestra bendición apostólica.



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