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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA VUELTA CICLISTA A ITALIA


Sábado 30 de mayo de 1964

 

Queridos corredores del Giro de Italia y organizadores, promotores y observadores todos de la gran competición ciclista:

Nos sentimos dichosos y agradecidos por vuestra visita. Es ésta una etapa que nos hace recordar el interés apasionado con que también Nos en nuestra infancia seguíamos las noticias del Giro de Italia. Es una etapa que nos ofrece la grata oportunidad no sólo de recordar los nombres famosos de los grandes corredores de los años pasados, sino de conocer vuestros nombres e informarnos de las vicisitudes de esta siempre célebre prueba.

Y nos sentimos dichosos de asistir a vuestro paso por Roma por otras dos importantes razones; es decir, por tener una nueva ocasión de manifestar nuestra simpatía por el deporte. Ha sido dicho ya otras veces, y con discursos amplios y autorizados; y ahora Nos lo repetimos: la Iglesia ve en el deporte una gimnasia de los miembros y una gimnasia del espíritu; un ejercicio de educación física y un ejercicio de educación moral; y por ello admira, aprueba, alienta el deporte en sus diversas formas, en la sistemática, especialmente, obligada para toda la juventud y encaminada al desarrollo armónico del cuerpo y de sus energías; y en la competitiva también, que llega al esfuerzo y al peligro si no está contenida dentro de los límites que dañen los fines mismo del deporte, a la salud y a la incolumidad y a la prestancia en la vida física. La Iglesia admira, aprueba y alienta el deporte, mucho más si el empleo de las fuerzas físicas se acompaña del empleo de las fuerzas morales, que puede hacer del deporte una magnífica disciplina personal, un severo adiestramiento en los contactos sociales fundados en el respeto a la palabra propia y a la persona de los demás, un principio de cohesión social que llega a entablar relaciones amistosas en el campo internacional.

Todo esto exige que el deporte sea idealizado por principios y reglas, que precisamente le infunden vigor y nobleza, que excluyen peligros de excesos y pasión tanto en los atletas como en el público que los contempla y se exalta con sus incidencias en la competición. ¿Cómo no recordar a este respecto, con inmensa tristeza, los recientes y luctuosos acontecimientos de Lima? Actuemos de forma que no se vuelvan a repetir más en ninguna parte del mundo y en ninguna especialidad deportiva. Por ello nos complacemos especialmente con vuestra competición ciclista, que sabe despertar inmensos entusiasmos, pero contenidos dentro del estilo de la buena educación cívica.

Pero hay otra razón que hace gozoso nuestro saludo, y es precisamente la que aquí os conduce. El sentido de esta visita al Papa es una intuición que lleváis en el fondo de vuestra alma sin saber quizá expresarlo; es decir, la intuición de que el deporte, además de realidad sensible y experimental, es un símbolo de una realidad espiritual, que constituye la trama oculta pero esencial de nuestra vida; la vida es un esfuerzo, la vida es una pugna, la vida es un peligro, la vida es una carrera, la vida es una esperanza en una meta que trasciende la escena de la experiencia común, que entrevé el alma y la religión nos la presenta. Vosotros, al venir junto al Papa, levantáis acaso inconscientemente, pero ciertamente con voluntad, vuestros espíritus hacia estas metas supremas de la vida, que en el cimiento deportivo encuentran una espléndida imagen, y expresáis con vuestra presencia un deseo, una oración, de ser capaces de ser dignos, no sólo de representar, sino de conquistar esa meta final que es el verdadero y último destino de la vida.

Muy bien, queridos hijos, pensadlo así, deseadlo y pedidlo en vuestro corazón. Os acompaña nuestra paternal bendición apostólica.



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